No está rodeada de agua dulce. Tampoco guarda ningún tesoro. Sólo hay restos de un antiguo cortijo, pero la imaginación de dos niños ha hecho que un trozo de tierra elevado en el pantano de Casasola se haya convertido en la isla Champiñón. Es el mismo nombre que tiene uno de los hitos de un célebre videojuego, pero afortunadamente no se necesita saber manejarlo para llegar hasta este recóndita y desconocida ínsula.
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Al igual que muchos exploradores de los siglos XV y XVI, Juan y Daniela, los dos pequeños que bautizaron este islote, pudieron poner a su antojo el primer nombre que les vino a la cabeza. Lo hicieron hace ya unos meses, cuando empezó a funcionar Almogía Rural, la empresa creada por su madre con el apoyo de su padre para promover el deporte de aventuras en el olvidado embalse de Casasola.
A tan sólo 20 minutos de Málaga, pero ya en territorio de Almogía, se puede practicar el kayak en embarcaciones de distinto tamaño, para recorrer a golpe de remo las tranquilas aguas de este pantano. No hay paseo marítimo ni chiringuito. En esta playa de agua dulce, agreste e inhóspita, hay que cambiar el chip para activar el modo aventura.
El mar está a diez kilómetros en línea recta aproximadamente, pero ni se le ve ni se le intuye. Este embalse tampoco tiene nada que ver con el del Chorro, rodeado de espesos pinares de repoblación. A Daniel Sánchez, padre de los dos niños que bautizaron a la isla Champiñón, le gusta como está. No estaría de más que, además de algunos olivos dispersos, y tanta tierra sin vegetación, en los alrededores hubiera más árboles. Es una tarea pendiente –una más– de las administraciones públicas. «Pero, tiene su encanto», resume sonriente el alma máter de este proyecto que quiere dinamizar este pantano que mantiene bastante estable su caudal a lo largo del verano.
Almogía Rural no sólo ha llevado los primeros kayaks hasta este embalse, con todo lo que ello supone de burocracia, permisos e inversión económica. El siguiente reto es llevar hasta allí otras prácticas como el windsurf, pádel surf familiar e incluso el kitesurf y el foil surf. ¿En un pantano? ¿Es posible? «Sí, claro, cuando sople el viento de levante», asegura Daniel. Hay que creerle, no sólo porque irradia optimismo y experiencia sino también porque ha sido el que ha abierto camino literalmente hasta esta atípica playa de agua dulce.
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Cuando el carril más o menos hormigonado se terminó, la autoridad hidrográfica le permitió seguir alargando la vía, aunque fuera sobre tierra y piedras. Eso sí, Almogía Rural tuvo que encargarse de llevar la excavadora y costear los trabajos. No todo iban a ser facilidades. Gracias a ello, hoy allí se puede dar un agradable paseo en piragua –las hay en distintos tamaños–, bajo la tutela de Lolo, uno de los experimentados monitores que ha cambiado el mar por el pantano y el bullicio de las playas por la paz de este recóndito enclave de Almogía.
Desde la única orilla habilitada, donde se coloca una carpa para tener algo de sombra, parten los aventureros a golpe de remo. Los novatos tienen que aprender primero a remar y, si comparten kayak, después a coordinarse con su compañero para llevar un rumbo que no les haga dar absurdas vueltas en círculo.
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Conviene ir en bañador, no sólo porque es posible darse un chapuzón sino también porque en la misma piragua es muy probable mojarse. Y como recuerda el nombre de esta sección estival, no hay que olvidarse tampoco de la toalla, porque al final del recorrido puede apetecer bastante darse un buen remojón junto a la orilla. Aunque sea durante un par de horas, que es lo que puede durar la excursión, es conveniente que el móvil se quede en tierra firme. Mejor llevarse las imágenes en la retina que quedarse sin teléfono durante horas o incluso días a estas alturas del verano. Es un complicado dilema, porque es una experiencia muy 'instagramable'.
Frente a las concurridas playas de la Costa del Sol Occidental, aquí no hay paseo marítimo ni palmeras, pero sí algunos bañistas que se reúnen, sobre todo durante los fines de semana, para pasar un día distinto, sin miedo a que les pique una medusa. No hay una arena donde pelearse para poner la toalla, pero tampoco problemas para aparcar, aunque llegar hasta allí también tenga su dosis de adrenalina y aventura, especialmente en el tramo final. Todo sea por pasar junto a la recóndita y singular isla Champiñón.
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