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Un cachorro ladra a las olas. Es la primera vez que visita la playa y esa cadencia de ir y venir del agua salada lo desconcierta. Hay muchas historias perras en la playa canina de la desembocadura del arroyo Totalán, que curiosamente está situada en la frontera entre dos municipios, Málaga y Rincón de la Victoria. Aquello es una auténtica torre de Babel de razas. Desde algún bichón maltés al que no le hace mucha gracia estar cerca del agua hasta un labrador que provoca a su dueño para que le tire la pelota mar adentro. Hay canes, como algunas personas, que necesitan excusas para darse un chapuzón. Otros, sin embargo, se lanzan corriendo apenas su dueño les suelta de la correa.
Hace años que se decidió que la frontera de aquel río seco, que separa –o une, según se vea– al barrio malagueño de La Araña y el núcleo rinconero de La Cala del Moral, se destinara a los perros. Ellos también tienen el derecho de bañarse en la playa. Para eso es de todos. O al menos, eso se dice. La arena es bastante oscura, lo que hace que cuando más calienta el sol, sean pocos los que aguanten caminar sobre ella. Por esa razón, hay dueños que prefieren llevarlos a última hora de la tarde.
Ladridos agudos y graves, agujeros en la arena y un montón de carreras alocadas forman parte del escenario cotidiano de esta playa canina, que no puede presumir de ser la mejor de las que hay en la provincia, pero, al menos, es un espacio bien acotado para los canes.
Si su arena nada tiene que ver con otras playas de la Axarquía, de orilla para adentro la cosa no mejora. Es un auténtico pedregal que muchos de estos animales doméstico pueden medianamente esquivar dejándose flotar sobre el agua. Lo tienen más complicado los dueños, aunque hay un cartel cercano que recuerda que no es una playa catalogada como zona de baño. En realidad, es una buena forma de evitar posibles reclamaciones. También parece justo. Al igual que los perros no pueden bañarse o ni siquiera permanecer bajo las sombrillas en buena parte de la costa malagueña, qué menos que tener algo de exclusividad por muy incómoda que resulte esta playa. En los carteles, se abre el abanico a 'animales de compañía'. Pocos gatos, hurones o reptiles se habrán visto por allí.
La mayoría de las playas caninas son reductos de arenales poco confortables. Hay pocas excepciones. No hay municipio en una franja litoral como la malagueña, que haya decidido destinar una playa con Bandera Azul o la Q de Calidad a tal fin.
Pero, además de la presencia de perros, en la desembocadura de arroyo Totalán hay muchas curiosidades que no se aprecian en otras playas andaluzas. Allí los más avispados aprovechan los dos puentes que cruzan el río seco para encontrar un sitio con sombra todo el día, ya sea para ellos o para sus vehículos. Eso sí, a cambio, hay coches que terminan bajo una capa de polvo. Los que prefieren aparcar sobre el asfalto tienen un laberinto de calles sin salida muy cerca. Hay cada día de verano decenas de maniobras marcha atrás. En ocasiones, hay vías de doble sentido que tienen uno ocupado por conductores que, hartos de dar vueltas, no encuentran otra alternativa. Tan cerca, claro.
Hay una pasarela peatonal que llama la atención. Hay carteles de la Senda Litoral y de la Gran Senda de Málaga, que recuerdan que aquello es parte de un itinerario que une a Málaga con Rincón de la Victoria. Es más, esa pasarela es un puente peatonal fronterizo, donde casi nadie da importancia al hecho de que sea el límite entre dos municipios.
Pero, hubo una época no muy lejana, en el primer año de la pandemia de la Covid-19, que aquel pasaje sobre el arroyo Totalán tenía su miga. Era la época en la que los ciudadanos teníamos restringida la movilidad entre términos municipales. La mayoría de los peatones, correctamente ataviados con su mascarilla, no reparaba en la posibilidad de ser sancionados por los agentes de la Policía Local o Nacional.
Justo al lado del puente hay un área para caravanas, que se convierte en el lugar perfecto para muchos turistas que tienen perro. Una playa canina y a tan sólo unos metros La Cala del Moral y La Araña. Entre este espacio de caravanas y la carretera queda una vivienda que aguanta estoicamente el ruido de la carretera. Está justo a lo que en su día se bautizó como la 'Curva de la Muerte', por la alta siniestralidad del tramo.
Hace más de dos décadas que su propietaria se quejaba de los vehículos que se empotraban contra su propiedad. «Mis amigas ya no quieren venir aquí por miedo a los accidentes», lamentaba. No le faltaba razón en aquella época. Menos mal que se inauguró la autovía que servía para aliviar el tráfico entre La Araña y La Cala del Moral. Eso sí, no tardó mucho en saturarse a ciertas horas punta
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Ignacio Lillo | Málaga
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