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La actriz Bette Davis es la protagonista de 'Veinte mil años en Sing Sing' (1932).
'Veinte mil años en Sin Sing'

'Veinte mil años en Sin Sing'

Joyas impopulares ·

Michael Curtiz dirige a dos jovencísimos Bette Davis y Spencer Tracy en esta cinta donde la semilla de maldad y la fábula moral intercambian espacio y voz

Guillermo Balbona

Santander

Jueves, 22 de marzo 2018

Aún faltaba una década para que firmara la mítica 'Casablanca' y cerca de seis años para que rodara ese himno a la aventura que es 'Robin de los bosques'. Llevaba apenas cuatro en Hollywood y tras 'El ídolo' y 'Doctor X', entre otras, Michael Curtiz comenzó a despuntar con pequeñas joyitas como esta '20.000 años en Sing Sing', donde asoma en todo su esplendor el pulso narrativo del maestro.

Dos jovencísimas estrellas, Spencer Tracy y Bette Davis, encabezan el reparto de un drama carcelario con tintes negros en el que ya se transparenta la facilidad del cineasta para cruzar géneros y dar vida a un territorio mestizo. La resaca de la Gran Depresión, el universo carcelario, la semilla de maldad y la fábula moral intercambian espacio y voz en este filme sencillo y contundente en el que prima el retrato del perdedor enredado en un sistema fallido.

El éxito de taquilla de 'Soy un fugitivo' (1932), la producción de la Warner Bros,que había revelado al sorprendido público estadounidense la dureza inhumana del régimen carcelario de su país, alertó el instinto profesional del productor Jack Warner, quien, sospechando que el nuevo género podría alcanzar una gran popularidad y producir pingües beneficios, puso en marcha inmediatamente después el proyecto de rodaje de '20.000 años en Sing Sing'.

La realización del mismo se le encomendaría a un hombre de la casa como Michael Curtiz y la dirección artística se pondría en manos de alguien tan reputado como Anton Grot. El título se basa sen el libro del mismo nombre, no puede ser más elocuente, y su autor, Lewis E. Lawes, era precisamente el alcaide de la prisión neoyorquina con peor reputación entre los criminales.

Cartel promocional de 'Veinte mil años en Sing Sing' (1932).

Partiendo de esa narración, el artesano Curtiz se adentra en el género con esta serie B que destila todos los ingredientes favoritos del público amante de los encierros, fugas y luchas del individuo contra el destino. Su puesta en escena sin fisuras, sus raíces expresionistas, desplegadas durante las secuencias del intento de motín y fuga de la famosa prisión, certifican el poderoso atractivo del cineasta de 'El lobo de mar' para lograr momentos magnéticos y vigorosos, apoyados en la interpretación del actor que construye una criatura entre la furia y la ternura elevándose por encima de la ruina moral que le rodea.

Hijo de un funcionario de prisiones, Lawes abogaba por un trato humano de los convictos parejo a una sólida disciplina, una forma diferente de gestionar el sistema carcelario que le había llevado a ponerse al mando de la prisión de Sing Sing, un centro al borde del caos después de décadas de abusos y negligencias.

Lawes puso en marcha medidas correctoras destinadas a la mejor de las condiciones del penal y la reinserción de los condenados, construyendo nuevos edificios, mejorando los terrenos donde los penados podían explayarse, y permitiéndoles el acceso a actividades culturales y deportivas.

Curtiz se siente gratamente sorprendido por los conceptos que plantea el libro, muy próximos a sus propias ideas sobre la justicia y la igualdad social. Y, además, para ello cuenta con la inestimable ayuda del propio Lawes quien, además de retener por contrato el derecho de corrección del guión y aprobación final de la película, sigue siendo el alcaide de la prisión y puede autorizar el rodaje de diversos planos, algo que favorecerá el tono realista de la película.

El hampa, la disciplina, los factores sociales, la empatía de la figura del gángster... son elementos que se van filtrando en la acción de un filme que atiende a todas las diferentes tramas e iconografía del subgénero, desde las condiciones carcelarias a los trabajos forzados, de los códigos y perfiles entre ajustes de cuentas, confinamientos y aislamiento, a las bravuconadas y espacios limitados que aportan esa sensación de claustrofobia física y moral. Como en casi todas las narraciones de Curtiz, también aquí el filme rezuma simpatía, ese inasible aroma de libertad, ese halo de humanismo que levita por encima de tópicos y estereotipos como una fragancia de relato único.

En Hollywood, Anton Grot reconstruye la prisión con gran detalle de acuerdo al material filmado por Enright, incluyendo los bloques de celdas en doble nivel, las salas de visita, las duchas, la barbería, la oficina del alcaide, los departamentos psicológico y psiquiátrico, las máquinas de fabricación de zapatos, el patio de recreo y las celdas del corredor de la muerte.

Bette Davis y Spencer Tracy son los protagonistas en 'Veinte mil años en Sing Sing' (1932).
Imagen principal - Bette Davis y Spencer Tracy son los protagonistas en 'Veinte mil años en Sing Sing' (1932).
Imagen secundaria 1 - Bette Davis y Spencer Tracy son los protagonistas en 'Veinte mil años en Sing Sing' (1932).
Imagen secundaria 2 - Bette Davis y Spencer Tracy son los protagonistas en 'Veinte mil años en Sing Sing' (1932).

Es el momento de seleccionar a los actores. Primordial es la elección del protagonista, el gángster Tommy Connors, un personaje que aparece en la práctica totalidad de las secuencias y para el que Wallis sólo piensa en Cagney. Los endémicos problemas laborales entre éste y Warner, enfrentados ahora por un incremento salarial, llevan a cesar el contrato y a ambos camino de los juzgados. Su sustituto es Spencer Tracy, joven actor en nómina de la Fox que Wallis consigue para la película en un espléndido golpe de mano. Tracy sugiere a Bette Davis como su compañera de reparto; ésta, que le idolatra, decide aparcar sus sentimientos por el «aborrecible» húngaro y acepta encantada. La química entre ambos, y probablemente algún sentimiento adicional un tanto inconfesable, será innegable en la pantalla.

Los noventa años transcurridos no le han quitado un ápice de frescura a esta historia de barrotes, temores, palabra de honor, ansias de libertad y sombras, en una ambientación en la que no faltan unos títulos de crédito sorprendentes y la inclusión de imágenes reales de la penitenciaría. La película se mueve entre el documental (con varias escenas reales sacadas de la vida diaria en el centro penitenciario) y la estilización característica del primitivo cine de gángsteres, con la huella en sus imágenes del trabajo artístico de Anton Grot.

La crítica sería generalmente positiva. El filme fue objeto además de un aseado remake, apenas unos años después de su estreno, por parte de Anatole Litvak en 'Castle on the Hudson'. La película tiene una estructura circular de modo, por ejemplo, que una cerilla simboliza el viaje iniciático del personaje de Tracy, obligado en un principio por el alcaide a recogerla del suelo, para terminar siendo quien cariñosamente sujete la temblorosa mano de éste cuando le ofrezca otra con la que encender su último cigarrillo.

Y en medio un mundo entre rejas. Rejas por delante de los personajes, encerrándoles; rejas por detrás, enmarcándoles; sombras de rejas en las paredes, en el suelo. Rejas omnipresentes a lo largo del metraje, incluso en el breve interludio en Nueva York, donde las ventanas del piso en que se esconde el protagonista simulan barrotes. Algunos primeros planos de Tracy, con esa mirada irónica con la que salpicó siempre su atractiva carrera, y la intensa capacidad de Bette Davis para mostrar más allá de la apariencia, conjugan un pequeño microcosmos al margen de lo previsible.

Un canto de salvación a modo de alegato frente a la pena de muerte. Y, entre ambos, la destreza del cineasta de 'El capitán Blood' para, de manera cálida, pese al moralismo de la época y los factores éticos implícitos en la historia, convertir la cinta en un pasaje de cine mayor.

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