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Pablo Chiapella (Albacete, 1976) no puede salir de casa sin que le recuerden las 16 temporadas que lleva interpretando a Amador Rivas en 'La que ... se avecina'. Iba para profesor de Educación Física, pero su amigo Ernesto Sevilla le ganó para el humor. En 'El casoplón', en cines desde el 16 de abril, encarna a un jardinero y padre de tres hijos, al que encargan cuidar un chalet de La Moraleja sin sus dueños durante el verano. Y allí se lleva a su prole desde el pisito de Móstoles sin aire acondicionado.
–¿Cuántas barras de fuet se comió durante el rodaje de 'El casoplón'?
–Ja, ja. Si te soy sincero, pocas. Cuando dicen 'corten', yo siempre tengo un cubo al lado para escupir, una cosa muy desagradable para el equipo pero que a mí me ayuda mucho. Hago el cormorán y echo todo al cubo. Imagínate comer toma tras toma, eso es mortal para el resto del día.
–Ese padre que llega cansado del trabajo y se tumba en el sofá desatendiéndose de todo es dolorosamente reconocible.
– Por desgracia, sí. Es una de las cosas que más me interesan del mensaje de la película. A mitad del metraje hay un cambio de roles y el padre pasa a ser el que se responsabiliza de todo. Se da cuenta de lo que ha hecho durante mucho tiempo: llegar al hogar y pensar que ya ha cumplido su curro; lo de la cena, el baño a los niños y recoger es cosa de la mujer, que también trabaja fuera de casa. Hay una crítica a estas actitudes tan comunes.
–Espero que cada vez menos.
–Yo creo que sí. Soy padre y estar con mi hija lo vivo como un tiempo de calidad. Prepararle la cena, bañarla, recogerla en el colegio... Es parte del disfrute de la crianza. La gente cada vez dice menos 'yo ayudo en casa': no, tú haces lo que te toca, que también es tu hijo.
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–Forma una pareja con mucha química con Raquel Guerrero ('Machos alfa'), que la primera vez que dio un beso en televisión fue a usted en 'Muchachada Nui'.
– Pobrecilla mía... La envenené con el éxito, ja, ja. Antes de llegar al plató ya sabía que me iba a entender. Hay una química natural que está o no está. Tú ves la peli y te crees que somos pareja. Y con eso tienes mucho ganado.
–¿Usted cree que la gente es más feliz en La Moraleja que en Móstoles?
–Ese es otro mensaje de 'El casoplón'. Esta es una familia de clase media tirando a baja, peña que trabaja muchísimo, que está todo el día fuera de casa y que si se le rompe el aire acondicionado se queda sin vacaciones. Es la realidad de mucha gente. Cuando han invadido el casoplón, del que Toñi (Raquel Guerrero) se cree dueña, los niños dicen que ellos lo que quieren es jugar con sus colegas del barrio. Tienen piscina, pero quieren estar con sus colegas de toda la vida. Y mi personaje prefiere el mus con los amigos en el bar. Lo que te hace feliz es tu gente, disfrutar de lo que cada uno tiene. Puedes tener sueños, expectativas, pero disfruta del camino.
–Después de 16 temporadas como Amador Rivas, ¿saben que usted no es como su personaje?
–No, no lo saben. Hay gente que me ve y dice, madre mía, cada vez eres más Amador. Y no entienden lo mucho que yo he aportado a ese personaje durante 17 años. He crecido con él, pero eso no me convierte en Amador.
–Lo ha ido acercando a usted.
–Después de tantos años y circunstancias alocadas que he vivido los recursos son limitados. Te piden más y, al final, uno acaba siendo el contenedor de todo lo que ofrece. Recurres a tus propias vivencias, a tu forma de hacer. Si solo me hubiesen visto un par de temporadas, como es habitual, no me habrían hecho un traje completo de lo que creen que soy. Despues, en las entrevistas me ven algún gesto y dicen: ¡mira, Amador! No, soy yo y este es mi lienzo.
–¿Amador lo sacó mirando a su alrededor?
–Sí, y también haciendo una muy buena lectura de los guiones y hablando mucho con Alberto Caballero. En las dos primeras temporadas Amador era otro, un tipo estirado que miraba por encima del hombro, un quiero y no puedo. Yo me percaté de que había otros personajes con mucho poderío y el mío no explotaba. Y empezamos a quitarle capacidades para que creciera. Ahora hay que doblarlo para que se le entienda, ha involucionado.
–Antes del éxito trabajó en todo tipo de oficios.
–He sido muy currela. Cuando llegué a Madrid no tenía dinero. Mis padres me cubrían los gastos básicos: la academia donde estudiaba interpretación y la habitación que compartía con otras seis personas. Me he vestido de romano en un centro comercial y trabajé para una empresa de animación en la que hacía de camarero torpe en despedidas y de gigoló que no se atrevía a desnudarse delante de la novia porque le recordaba a su madre. Terminaba yo y entraba el gigoló de verdad.
–Si hoy fuera profesor de Educación Física, ¿sería feliz?
–Sí, porque me gusta el deporte y los chavales, me entiendo con ellos. Vengo de familia docente, mi madre y mi hermana son profesoras. Pero cuando descubrí el trabajo desde la vocación me di cuenta de que me sentía completo. Sé que es imposible, pero encontrar la vocación debería ser una ley, deberían educarnos para ello, porque solo así podemos dar lo mejor de nosotros. Sí, sería feliz de profesor de Educación Física, pero no tanto como ahora.
–¿Está esperando a un director que le descubra para el drama?
–Totalmente, pon mi teléfono si quieres. Estoy esperando para que gire la percepción del espectador. De hecho, si no aparece, estoy en un punto de madurez y de ganas que lo generaré yo. No puedo dar muchas pistas, pero lo voy a hacer.
–¿A qué actor le gustaría parecerse?
–Al que disfruta de su profesión sin aburrirse y sin desprestigiarla. Y al que, sobre todo, ha ayudado a los que vienen detrás a jugar en esta carrera de fondo.
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