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'Los miserables' arranca con las celebraciones del Mundial de Fútbol de 1998, que ganó la selección anfitriona, Francia, tras derrotar a Brasil por tres a cero. Los títulos de crédito iniciales del primer largometraje de Ladj Ly se alternan con las imágenes de los ... habitantes de la 'banlieue', los suburbios parisinos que cíclicamente estallan, reuniéndose en el Campo de Marte, a los pies de la Torre Eiffel. Un crisol de razas que, por unos momentos, convive en paz y celebra el orgullo de ser franceses.
Candidata por Francia en la carrera de los Oscar, Premio del Jurado en Cannes y acreedora de tres nominaciones a los Premios del Cine Europeo, 'Los miserables' toma su título de la inmortal novela de Víctor Hugo, que ambientó parte de la historia en Montfermeil, un barrio al este de París en el que transcurre la acción del filme. Ladj Ly (Mali, 1978) sabe de lo que habla. A los diez años sufrió la primera detención y registro de la policía en Montfermeil, el mismo barrio en el que sigue viviendo. Lo único que une a sus habitantes, viene a decirnos, es el fútbol.
Tres policías son nuestros guías en este polvorín, uno de ellos recién aterrizado que actúa como los ojos del espectador. Un tipo decente que asiste atónito al cansancio y el racismo de uno de sus compañeros, de vuelta ya de todo. Ellos viven en el mismo barrio, están mal pagados y tienen que bregar con unos vecinos azotados por el paro, la injusticia social, las mafias locales, el fundamentalismo islámico y el desarraigo infantil.
La anécdota dramática es mínima: un chaval negro roba un cachorro de león en el circo de unos gitanos y la policía debe encontrarlo antes de que estalle una guerra entre clanes. Para complicar aún más las cosas, otro crío graba con un dron los abusos de los protagonistas. Suena inverosímil, pero el director jura que se basa en sucesos reales.
'Los miserables' no cuenta nada que no hayamos visto en otras películas sobre la 'banlieue', pero lo hace combinando a la perfección la intriga del thriller policial con la crónica social urgente. Los personajes no caen en el estereotipo y hasta el policía más cretino y racista acaba por contener cierta humanidad. «Intento filmar cada personaje sin juzgarlo», sostiene el director. «El mal y el bien están en ambos lados. Vivimos en un mundo tan complejo que resulta difícil hacer juicios rápidos. Los barrios son polvorines, hay clanes y, a pesar de eso, todos intentamos vivir juntos y evitar que las situaciones estallen. Eso lo que muestro en la película: las concesiones que hacemos todos los días para sobrevivir».
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