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Hace falta mucho arrojo para saltar en los primeros compases de una película de unas vacas pastando en las faldas del Amboto a los 'niños de la guerra' que abandonaron Bilbao para marchar a Rusia, pasando por la mafia georgiana y un polvo en una ... idílica cala de la Costa Brava. Así de torrencial y delirante es la narrativa de Julio Medem, que en su décimo largometraje vuelve exuberante a sus raíces.
El regreso a Euskadi del autor de 'Vacas' no se circunscribe a esa imaginería rural vasca que parecen preludiar las primeras imágenes. Una pareja de jóvenes amantes (Úrsula Corberó y Álvaro Cervantes) se encierra en el caserío de una escritora para empaparse de los recuerdos que flotan en sus estancias y escribir de manera casi compulsiva la historia de sus cortas vidas y la de sus familias. Un roble en la entrada de la casa simboliza ese 'árbol de sangre', cuyas ramas entrelazadas se hunden mucho más allá de la tierra vasca.
Cataluña,Levante y Madrid son otros escenarios de este drama con una docena de personajes entre los que encontramos a una cantante punki siempre al borde de la locura (Najwa Nimri), un patriarca mafioso (José María Pou) y un matón que derrocha testosterona, capaz de provocar un orgasmo tras otro a toda mujer que se cruza en su camino (Joaquín Furriel). Un símbolo resume las intenciones de Medem: un grupo de vacas corriendo hacia el sur, enfrentada a una manada de toros que trota hacia el norte.
La exuberancia narrativa atrapará a los fans del director y mareará a sus detractores. Medem se siente libre para ser fiel a sus señas de identidad, entre ellas su gusto por desnudar a sus actores en escenas de sexo en estos tiempos de pudor en la pantalla. 'El árbol de la sangre' no añade nada nuevo a su filmografía.La pregunta a responder es saber si siguen ahí los espectadores de 'Los amantes del Círculo Polar'.
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