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El cine de Michael Mann (Chicago, 81 años) siempre resulta interesante. Puede que un biopic sobre Enzo Ferrari, el piloto de carreras y empresario, no sea lo más estimulante del mundo, pero saber que detrás de él está el cineasta responsable de joyas como 'Heat', ' ... Enemigos públicos', 'Collateral' o 'El último mohicano' y de series como 'Corrupción en Miami' o 'Tokyo Vice' ya cambia el punto de partida.
Consciente de que lo más interesante de un drama está en los conflictos, en 'Ferrari', la cinta que este viernes llega a las salas de cine, Mann viaja hasta el verano de 1957 para relatar uno de los momentos más delicados del expiloto, al que da vida Adam Driver. Enzo Ferrari está en plena crisis. La empresa que levantaron de la nada él y su esposa Laura (Penélope Cruz), hace apenas diez años, cuando construyeron su primer coche sin apenas fianciación y ganaron el Grand Prix de Roma, está a punto de entrar en quiebra debido a que reinvirtieron con más fuerza que cabeza en la división de carreras. Además, el tormentoso matrimonio hace aguas, en parte por la muerte de Dino, el único hijo que tuvo la pareja, fallecido a causa de una distrofia muscular cuando tan solo tenía 24 años.
Pero hay algo más que atenaza la relación: la existencia de Lina Lardi (Shailene Woodley), una mujer a la que Ferrari conoció en una fábrica de su Módena natal, durante la Segunda Guerra Mundial, y con la que tuvo a Piero, otro hijo, en 1945. Precisamente, la cinta de Mann, inspirada en la obra literaria 'Ferrari: El hombre y la máquina', publicada por Brock Yates en 1991, y con guion del fallecido Troy Kennedy Martin, arranca introduciendose en la casa de Castelvetro donde Lina ha criado a Piero, como madre soltera, en la Italia de la posguerra. Enzo despierta a primera hora de la mañana, se despide de Lina, da un beso a Piero, aún en la cama, y coge el coche para volver a casa con Laura.
Los primeros compases de la película ya dejan claro por dónde se moverá un largometraje que combina, con buena mano y equilibrio, los tres relatos: el de la destrucción de un matrimonio, cargado de reproches, nostalgia y anhelos; el afianzamiento de una pareja -Lina siempre buscó que Ferrari reconociera a su hijo para darle una seguridad-, y el de la viabilidad de una empresa a punto de declararse insolvente y por la que suspiraban otras marcas como Fiat o Ford. Es precisamente esta tercera trama la que aporta dinamismo y fuerza a la historia y en la que la mano de Mann detrás de la cámara parece más presente -ese comienzo con otra escudería rebasando el último récord de Ferrari, mientras Enzo y los suyos miden el tiempo en misa gracias a los pistoletazos de salida y de llegada, es fabuloso-.
Y es que en mitad de esta vorágine de crisis y revelaciones, Ferrari lo apostó todo por poner en marcha a un equipo de pilotos llamativo y multigeneracional para ganar la Mille Miglia, una peligrosa carrera de mil millas (unos 1.600 kilómetros), que se disputaba por carreteras abiertas al tráfico, y que desde Brescia bajaba hasta Roma para volver a subir hasta la ciudad de salida. El empresario entendía que un triunfo en esta competición atraería financiación y daría un nuevo impulso a su compañía.
«En su vida nada es equilibrado y esa es la esencia de Enzo Ferrari», apunta Mann en las notas de producción. «Eso me fascina, porque así es la vida real: es asimetría, es desorden, está gobernada por el caos. Y al mismo tiempo, Ferrari fue precisión y lógica. Fue un hombre racional en todo lo concerniente a su factoría y a su equipo de carreras. Pero en los restantes ámbitos de su vida, fue impulsivo, defensivo, caótico. Y es precisamente esta asimetría, y estas maravillosas contradicciones, lo que le hacen tan humano. No solamente a él sino también al resto de personajes de la película», defiende el director.
Rodada en la italiana región de Módena y sus alrededores, las secuencias a bordo de los bólidos -se tuvieron que fabricar replicas de varios de los coches dado que usar los originales, valorados en cien millones de dólares, estaba descartado- son puro nervio, feroces y realistas, reflejando toda la competitividad, la tensión y el suspense que se vive en una prueba deportiva como esta. Coreografiadas por Mann y Robert Nagle, un especialista en escenas de conducción con el que el cineasta lleva trabajando desde 'Collateral' (2004), son lo más brillante de una película que pierde enteros, quizá porque todo resulta mucho más predecible, cuando echa el freno y se dedica a indagar en la psique de los personajes.
Con su sutil interpretación, Driver dibuja a un Enzo especialmente frío y racional, desde la contención más absoluta, mientras que Cruz recrea a una Laura temperamental, con un buen olfato para las finanzas y los negocios. Ambos pasan con nota un interesante duelo interpretativo, resaltado por la cuidada fotografía de Erik Messerschmidt, ganador del Oscar por 'Mank', que busca evocar a las pinturas de Caravaggio.
Es, pues, 'Ferrari' un 'biopic' interesante y entretenido, con un punto diferencial, que, sin embargo, no logra quitarse todos los problemas que arrastran estas biografías llevadas a la gran pantalla.
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