Pablo Casado entró en el Congreso de los Diputados para debatir la moción de censura planteada por Vox como un inminente fracasado y salió, emulando a Curro Romero, por la puerta grande de la Carrera de San Jerónimo a hombros de Pablo Iglesias, Pedro Sánchez ... y todo el aparato mediático tertuliano como la nueva sensación del 'mainstream' político. Había nacido una estrella, especialmente para el centro izquierda y la izquierda radical de este país. Vuelta al ruedo, orejas y rabo tras una faena, quizá la más difícil de su trayectoria parlamentaria, en la que también contó con la estimable ayuda de sus oponentes, tanto desde Vox como desde el Gobierno.
Como Pablo Casado haya leído y escuchado todos los comentarios, elogios y alabanzas que se han dicho sobre él, probablemente creerá que su camino hacia la Moncloa está expedito. No recuerdo tanta excitación política y mediática y tanto consenso respecto a la intervención de un político en la tribuna del Congreso. Pero desde la distancia de la periferia, lejos de la Corte madrileña, habría que plantear algunas dudas o interrogantes.
Es sospechoso, o al menos debería serlo, la felicidad del PSOE y Unidas Podemos con el discurso de Pablo Casado. Es evidente que el líder del Partido Popular ha contentado a la izquierda, aunque no se sabe si habrá contentado a su electorado. Quizá eso no era lo más importante frente al riesgo que se le presumía a la moción de censura. Casado es un buen orador y estuvo directo, certero y elocuente en sus intervenciones, resituó al PP como partido de centro derecha y, aparentemente, se deshizo del estigma de la foto de Colón.
Su ruptura con Vox y con Santiago Abascal recordó, precisamente, al desencuentro que reiteraba Pedro Sánchez con Unidas Podemos cuando decía aquello de que no dormiría tranquilo con Pablo Iglesias en el Consejo de Ministros. Casado, como antes hizo Sánchez con Podemos, renegó de Vox para contentar a la parroquia, pero siendo consciente de que en el futuro –y en el presente en Andalucía, Madrid y Murcia– necesitará el apoyo de Abascal. Lo de Casado ha sido una apuesta para salvar la difícil situación de la moción de censura y para mantenerla tendrá que hacer verdaderos equilibrios sobre el alambre.
Los mismos que vaticinaron su fracaso en la moción de censura son los que más adulan hoy al líder popular. Una vez más, los grandes analistas políticos volvieron a equivocarse en sus predicciones. Les ocurre como a la mayoría de los economistas, que aciertan siempre sobre lo que ha ocurrido y muy pocas veces sobre lo que va a ocurrir. Por ello, Casado debería tener cierta prudencia.
Santiago Abascal y su equipo tuvieron un evidente error de cálculo al no prever la respuesta tan contundente de Casado, hasta el punto de que el líder de Vox quedó empequeñecido. Y lo mismo le ocurrió a Pablo Iglesias, que se deshizo en elogios hacia el popular. «Ha hecho un discurso 'canovista'», le llegó a decir, sin darse cuenta de que igual que Casado se revolvió con Abascal también lo hizo con él. Iglesias le puso en bandeja a Casado la posibilidad de culminar su faena con un estocazo: «Usted –le dijo Casado a Iglesias– comparte más cosas con Vox de las que cree». Y llevaba toda la razón.
Fue en ese momento cuando Casado se vino arriba: había conseguido plantarse en el centro del ruedo político, como defensor de la moderación y respaldado por el europeísmo que horas antes había parado los pies a Pedro Sánchez y su reforma judicial. El presidente del Gobierno anunció la retirada de la propuesta de reforma del Consejo General del Poder Judicial y lo vendió como un gesto al cambio de rumbo del PP. Lo cierto es que fue Europa la que le paró los pies a Sánchez para impedir así un atropello inédito en las democracias europeas. Esa fue la guinda al pastel de Casado.
Pero la agitación mediática y política contrastaba con la indiferencia ciudadana. La gran suerte para todos los que intervinieron en la moción de censura fue que casi nadie estuvo pendiente de ella, así que las conclusiones serán las que le lleguen a sus oídos. España sigue a lo suyo, entre la pandemia y una crisis económica de un impacto demoledor.
Pablo Casado estará más contento, pero su problema sigue siendo el mismo: con un centro derecha tan fragmentado es casi imposible que llegue a la Moncloa. Por ello debería pensar si los aplausos que le llegan desde la izquierda le impiden escuchar con claridad todo el espectro del centro-derecha. De nada le servirán los elogios si no consigue aglutinar al electorado conservador y liberal.
Casado y Sánchez tienen el mismo problema: ambos tienen que andar con bastón, el de Vox y el de Unidas Podemos, por mucho que lo intenten ocultar. Y eso les hace entrar en permanentes contradicciones.
Falta por saber la reacción de Vox, que como un animal herido es imprevisible. Abascal llegó a dar pena y fue víctima, como antes lo fue Albert Rivera, de los delirios de grandeza, de la expectativa de dar el 'sorpasso' al PP.
Pablo Casado está ante una nueva oportunidad en su carrera política: convertirse en el referente del centro, que es donde se ganan las elecciones. Aunque tendrá que tener la habilidad de un prestidigitador para que la bolsa de votantes de Voxno siga alimentándose con los desencantados del PP que no tuvieron sitio en esta faena. La frase «Hasta aquí hemos llegado» que Casado le espetó a Abascal es para algunos el resurgir del Ave Fénix, aunque debería tener cuidado de no terminar como Ícaro, que de acercarse tanto al sol, que de buscar tanto al centro, perdió sus alas derretidas por el calor.
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