La Tribuna

Vivir virtualmente: quizá leer o soñar

Quizá podamos dejar de estar ensimismados por la falsedad de unos espacios creados por el hombre

Federico Romero

Fue Secretario General del Ayuntamiento de Málaga y Profesor Titular de Derecho Administrativo de la UMA

Sábado, 15 de febrero 2025, 01:00

Esta mañana te vi una vez más ensimismado en la contemplación de la pantalla de tu móvil. No sé si leías algo en ella, simplemente ... mirabas o soñabas. Cada vez que veo a tantas personas contemplando la vida a través de esas ventanas sin rejas, pero con una realidad enmarcada por otros, como un espejo predeterminado y confeccionado con retazos de dudosas verdades, siento, con desasosiego, que nos roban un presente que nunca volveremos a recobrar. Siento que muchas conversaciones se convierten en entrecortados diálogos sin alma y carentes de frescura, urgidos quizás por la eficacia, y con la dudosa concisión de unas palabras que no son literatura, sino exigencias de un medio nacido de las maquinas. No huele a tinta sino a refrigerador. Los reclamos publicitarios se amontonan sin aviso y basan su capacidad de convicción en burdas repeticiones o en manipulaciones subliminales de tu subconsciente. Te ofrecen juegos prefabricados, sin lugar para la imaginación, y sustituidos por la destreza digital adquirida por el continuado uso.

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En fin, me preocupa mucho que esa formidable y perversa herramienta, cada vez más leve y siempre plana, te atrape minutos de un tiempo definitivamente arrebatado. Pero aún hay esperanza. Porque esos instrumentos de lo efímero pueden conducirnos de nuevo al descubrimiento de las raíces de lo perdurable. Sus senderos surgen de las raíces profundas del verbo, de la palabra. «En el principio fue el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios y el Verbo era Dios» (Jn. 1,1-2.). Es la Vida y es la Luz. Por medio de la palabra participamos del fuego divino e intuimos el sentido de nuestra semejanza y de su fuerza creadora e iluminadora. Y así, nuestra palabra puede encontrar la bondad de las cosas creadas.

Cuando empecé a escribir lo que antecede, pensaba hacerlo como una imaginaria carta a uno de mis nietos. A ninguno en concreto y determinado. Pero no quiero que mis palabras sean una reconvención para nadie y menos para mis nietos, cuyas muchas virtudes son un constate estímulo y enseñanza, que se baña en las frescas aguas de la juventud. Precisamente quiero transmitir una experiencia juvenil que despertó en mí la pasión por leer, por escribir y por soñar. Como una especie de atractiva y luminosa puerta a la literatura, cuyo método he vuelto a encontrar en estos días para ponerla al servicio de los demás. Me refiero a los seis volúmenes escritos por un insigne sacerdote, llamado Charles Moeller, con el título común de 'Literatura del Siglo XX y cristianismo'. No te asustes por el tamaño. Lo he leído -y releído- durante toda mi vida al compás que me sumía en las obras de los muchos autores a los que dedica unas atractivas páginas, y que me han ayudado a descubrirlos desde sus respectivas y, a veces, opuestas ideas. Desde Graham Green a Julian Green. Desde Paul Claudel a Jean Paul Sartre.

Desde Unamuno a Simone De Beauvoir. Desde el cine literario de Ingmar Bergman al teatro de Bertolt Brecht o de Hochwälder, este último con música de fondo de Ennio Morricone en la película 'La Misión'. Porque a través de todas sus líneas he descubierto que el Arte confluye y muestra la multiplicidad de caras de la belleza y las perspectivas del pensamiento. Recientemente se ha editado en España un libro de similares características metodológicas al que acabo de comentar. Su autor, otro sacerdote que escribe en español, llamado Mariano Fazio, en un libro menos extenso que el de Moeller, se adentra en la narrativa de seis autores rusos, destacados por su capacidad de búsqueda del alma de su país, su calidad literaria y su profundidad de análisis psicológico de los personajes. Nada menos que Pushkin, Gogol, Turgenev, Dostoievski, Tolstoi y Chejov integran una nómina deslumbrante en cuyas respectivas obras nos introduce Fazio para encontrarnos - y lo digo con palabras prestadas de Tolstoi- con «la causa del calor, de la luz, del bien que es el sol, -en definitiva- de Dios».

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Fazio nos dice que «el siglo XIX ruso -al igual que el siglo XVII español o el XIX inglés- forman parte de esos periodos de la historia de la cultura que más que chronos son kairós, es decir, más que tiempo meramente cronológico son una condensación de tiempo espiritual». Quizás ocurra que ese traslado a un mundo virtual captado por las pantallas, sean un reflejo de un mundo sin espíritu, sin alma y sin valores. Quizás tengamos que volver a soñar por medio de las palabras, que son la esencia de un mundo espiritual en el que Dios nos ha puesto, para hacernos a su imagen y semejanza. Quizás podamos dejar de estar ensimismados por la falsedad de unos espacios creados por el hombre, cuando volvamos a recuperar el don infinito de la palabra que, sin ser de una patria en exclusiva y sin pertenecer a una época determinada, constituyen la riqueza de una patria común y de un tiempo eterno en el que la belleza de los amaneceres no se acabaran por obra y gracia del Verbo. De la Palabra.

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