Sr. García .

Vivir en Málaga

CARTA DEL DIRECTOR ·

Hay quienes están empeñados en difundir el relato, quizá interesado, de que el crecimiento y desarrollo de la capital expulsa a los malagueños fuera de ella en beneficio de nuevos residentes y turistas

Manuel Castillo

Málaga

Domingo, 11 de diciembre 2022, 00:00

Hay veces que nos empeñamos en estar sentados y de pie al mismo tiempo y ya se sabe que eso es imposible. Queremos potenciar la industria turística pero luego nos quejamos de la afluencia de turistas; queremos energías renovables pero no queremos el impacto visual ... de los aerogeneradores o de los parques solares, queremos ser sostenibles pero luego queremos aparcar nuestro coche en la puerta de nuestro destino. Y así todo.

Publicidad

Viene esto a cuento porque en los últimos tiempos se habla mucho de los efectos que puede tener en nuestras vidas el crecimiento de la ciudad como gran urbe cultural, turística y tecnológica. Y en especial respecto al acceso a la vivienda, que se está convirtiendo en una aspiración casi imposible para muchos jóvenes. Y no tan jóvenes.

Hay quienes tienen el empeño de construir el relato de que el desarrollo de la ciudad expulsa a los malagueños en beneficio de otros residentes que llegan bien para trabajar o simplemente para disfrutar durante largas temporadas de los atractivos y beneficios de la capital. Generalmente son los mismos que se lamentan de la afluencia de turistas, de la proliferación de negocios de hostelería, de las terrazas, de los apartamentos turísticos o, incluso, de la construcción de rascacielos para viviendas y oficinas. Se escucha de forma recurrente que los beneficios de estos cambios benefician siempre a otros y no a los de aquí. Quizá el error es ese sentimiento de propiedad del territorio tan habitual en ciertos sectores de las sociedades desarrolladas. Como si existiera un derecho simplemente por el hecho de haber nacido aquí. Se percibe cierta resistencia a compartir la ciudad, a recibir a nuevos residentes, a adaptarse a un nuevo estilo de vida provocado por los nuevos tiempos.

Es verdad que la velocidad de la transformación de Málaga quizá provoca cierta ansiedad e incluso cierto miedo en algunos ciudadanos, temerosos de quedarse excluidos o fuera de juego.

Muchos se preguntan cómo serán sus vidas en la nueva Málaga, pero quizá también deberían preguntarse cómo sería sin todos estos cambios. ¿Mejor? No lo creo.

Publicidad

Lo que es indudable es que este nuevo modelo tiene tanto efectos positivos como negativos, aunque en mi opinión son mayores los beneficios, especialmente por lo que se refiere a la generación de actividad económica y oportunidades de empleo que, es cierto, aunque no se perciben en las estadísticas. Porque hay paradojas difíciles de entender. En una provincia con una tasa de desempleo del 20 por ciento resulta que empresas de hostelería y tecnología tienen verdaderos problemas para encontrar trabajadores. No hay camareros y falta programadores, por ejemplo.

De la misma forma, hay que intentar huir de análisis, muchas veces catastrofistas, basados casi en exclusiva en el centro histórico, como si no hubiera vida más allá de calle Larios. Los cascos antiguos de todas las ciudades europeas se han convertido en grandes espacios de ocio y negocio y las zonas residenciales se han ido desplazando hacia la periferia. Es algo consustancial con los nuevos modelos de ciudad y no un caso concreto de Málaga. También el concepto de movilidad trastoca nuestras costumbres con un plus de incomodidad. En los años 80 un malagueño podía aparcar en calle Larios y hoy acudir al centro en vehículo propio comienza a ser un calvario. Hay que asumir que cada vez será más difícil comprar o alquilar una vivienda en los barrios más céntricos de la capital y que habrá que optar por la periferia o el área metropolitana. Son los efectos del desarrollismo, similares por cierto en todo el entorno europeo.

Publicidad

Y todos estos cambios globales, así como la mejora de Málaga como entorno urbano, han originado que media Europa se fije en ella y que sean muchos los vecinos europeos que quieran vivir aquí, ya sea para trabajar o para disfrutar de su jubilación. Cientos de ciudadanos del norte de Europa han comprado viviendas en Málaga y, especialmente, en el centro. Puede gustar más o menos, pero tienen tanto derecho a vivir aquí como podemos tenerlo los que nacimos aquí.

Con estas situaciones, parece absurdo resistirse a este movimiento natural atrincherados en el pasado. Esto no impide, sin embargo, trabajar para mejorar la vida de los barrios, el comercio local, la economía de proximidad, el contacto personal, la vida analógica frente a la digital. Quizá ese es el gran reto de Málaga, hacer de los barrios espacios más amables para vivir, descentralizar la ciudad. Y para ello nada mejor que encontrar buenas ideas, generar debates, aportar conocimiento y desplegar políticas activas que permitan un modelo de desarrollo adaptado a la forma de vivir de Málaga.

Publicidad

Quizá todo este relato alarmista que algunos abanderan tiene una vertiente lógica del miedo al cambio, natural en el ser humano, y otra más interesada y en algunos casos con aristas políticas que hay que identificar. Por ello, es importante diferenciar los matices y no dejarse arrastrar por esta ola catastrofista, cuando es una realidad que hoy Málaga es una ciudad mejor que hace unos años.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €

Publicidad