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La Constitución de 1812 decía en su artículo 1 que «España es la reunión de los españoles de ambos hemisferios» y en el 13 que: «El objeto del Gobierno es la Felicidad de la Nación, puesto que el fin de toda sociedad política no es ... otro que el bienestar de todos los individuos que la componen...» Más allá de la belleza de los preceptos de aquel texto constitucional, el contenido es realmente notable, directo y mejor que cualquier disquisición histórica, elaborada o novedosa. Ese espíritu por todos celebrado y ya mítico que queremos preservar no podría mirar la aberrante Mesa Bilateral de estos días, un intolerable gesto más que quedará para la historia que firma Pedro Sánchez. No más de 24 horas han pasado cuando Urkullu ha planteado ya otro nuevo invento nacional que profundiza en el igual a igual, ahora sí, de lo vasco con España.
Este Gobierno va y viene sonriendo a casi todos mientras los pone en un auténtico brete. Tras la foto de la mesa, en la que la bandera de España anduvo al aire sólo los minutos en que posaba Sánchez, siendo retirada de inmediato y quedando la regional catalana en solitario, el presidente del Consejo de Ministros acudió a visitar a Lambán, presidente de Aragón y socialista crítico con las derivas que caracterizan la ejecutoria del jefe del ejecutivo nacional. Una auténtica patochada audiovisual en la que, tras consagrar institucionalmente un estatus catalán que no existe, que la Constitución y las leyes rechazan y que privilegia a una comunidad autónoma sobre todas las demás, equívocamente abraza a quien explícitamente se opone. ¿Realmente piensa Sánchez que puede contentar a los antagónicos regalándoles la misma mueca vacía? ¿Dónde van los constitucionalistas Vara, García Page y Lambán, en tanto avisan, se oponen, se callan, vuelven a cerrar los ojos una vez más y acto seguido vuelven a llorar?
La extrema provisionalidad cogida con alfileres en la que nadie sabe si vamos o venimos parece servir a un solo fin, la permanencia de un gobierno imposible, contradictorio y de composición incompatible. Es el equilibrio de una sustancia política altamente inestable que cada día gana un solo día más. No es normal callar mientras se organiza un homenaje al sanguinario asesino Henri Parot, en tanto se asimilan las sentencias del Constitucional contra el decreto del estado de alarma o la suspensión y cierre de las Cortes Generales con motivo de la pandemia. Convertir el sobresalto cotidiano en escena solaz, que arrumba con el cese de Ábalos las -¿repletas?- maletas de Delcy Rodríguez -la mujer que nunca estuvo allí-, es una imagen de la realidad tan perversa como falsa. ¿Confesará el Pollo Carvajal afectando gravemente también a las instituciones españolas? La inquietud como expresión descriptiva de todas y cada una de las jornadas es como el aire enrarecido o contaminado, que el cuerpo acaba acostumbrándose a pesar de que cada inspiración es puro veneno.
No, no estamos ante la tormenta perfecta, porque es irregular e impronosticable e ignoramos la cuantía y el alcance de los daños, sólo rezamos por finalmente no naufragar mientras lo perdemos todo.
Un servidor de ustedes, queridos lectores, no entiende mucho de futbol ni tampoco coloca este noble deporte entre sus prioridades de ocio, tanto en su vertiente de práctica (no está uno en edad) como de espectador. Sin embargo, reconozco que el fenómeno socioeconómico del balompié siempre me ha llamado la atención, en especial los aficionados (su enorme número y entusiasmo en el apoyo a su equipo) y las cifras astronómicas de dinero que se mueven cuando hablamos de ligas y equipos de élite. Hay un plano que considero muy positivo, como es la movilización colectiva de aficionados en torno a unos colores que ayuda a un conocimiento y trato mutuo entre personas de orígenes y perfiles muy distintos. Pero no termino de aceptar que miles de personas puedan sentir como un ataque que los jueces y Hacienda pongan orden ante evidentes fraudes tributarios de sus ídolos. Es inexplicable que una persona modesta destinataria de las políticas sociales (que se financian con los tributos), clame su apoyo a estos deportistas millonarios poco amigos de cumplir con sus obligaciones tributarias.
Una situación especialmente hiriente en los últimos tiempos es la del famoso jugador Lionel Messi. Lo pescan defraudando y no solo no pierde prestigio ante los ciudadanos perjudicados por sus fechorías, sino que su reciente fichaje por el París Saint-Germain (en manos de un fondo catarí) ha provocado reacciones histriónicas entre algunos culés que entran directamente en el masoquismo colectivo. Que este jugador es excelente (y algunos dicen que el mejor del mundo) es evidente y su trayectoria habla por sí sola: 672 goles con el Barcelona. En consecuencia, parece normal que los clubs con «posibles» se lo rifen, aunque creo que esta operación es de mayor calado y tiene repercusión extradeportiva. La familia que gobierna Catar tiene claro que, al amparo de la enorme riqueza en recursos naturales de país, el fútbol es un medio privilegiado para ganar «respetabilidad» ante el resto del mundo. Ha conseguido que Catar sea sede de la Copa Mundial de Fútbol de 2022, y el fichaje de Messi (junto al portero italiano del AC Milan Gianluigi Donnarumma y Sergio Ramos), les da la posibilidad de triunfar en la Liga de Campeones. Por desgracia, el pateo a los derechos humanos de inmigrantes, mujeres y otros sectores quedará en segundo plano frente al ensordecedor clamor en los estadios de Europa jaleando las virtudes deportivas de estos jugadores cegados por la pasta. Terrible.
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