La víspera democrática constitucional
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A finales de los 60 del siglo pasado, el ansia democrática comenzaba a plasmar en determinados comportamientos sus modos y maneras envueltos en una neolegalidad coloquial que superaba a la formal casi todo el tiempo. El Régimen envejecía tanto como lo hacía Franco y las ... propias urgencias excepcionales de una posguerra que quedaba lejos. Mientras, en las universidades españolas se respiraba rebeldía, Comisiones Obreras se infiltraba en el Sindicato Vertical y el Partido Comunista -en una singular entente con los movimientos demócrata-cristianos (Cuadernos para el Diálogo)- aglutinaba a periodistas, intelectuales y políticos, conformando una auténtica aunque larvada oposición. A ratos parecía un espejismo, pero el final estaba cerca y llegaba en medio de un notable desarrollo económico irrumpido en tromba, tras decenas de años de racionamiento, escasez y subdesarrollo. Las relaciones políticas y diplomáticas internacionales de la España franquista, el reconocimiento institucional, normalizaron notablemente su papel en Europa y el resto del mundo. Frente a esta realidad que inundaba casi todo, aún permanecía inalterable el esqueleto legal e institucional, un modelo claramente agotado y del que se adivinaba el fin. El jefe del Estado veía resentir su salud y el Régimen sufría en su vigencia de modo calcado y paralelo cada una de sus dolencias. En 1970 había ya en España una oposición muy organizada, conocida y con una omnipresente agenda. El llamado proceso de Burgos fue prueba de ello, dieciséis condenados por la comisión de crímenes terroristas de secuestro y asesinato y pertenencia a ETA. El fallo contenía nueve penas de muerte, conmutadas días más tarde por la presión interna y externa, y 519 años de prisión (siete años después la ley de Amnistía puso en libertad a todos los condenados). Eran los últimos estertores de un sistema y estado de cosas que se daba por finiquitado. Pero en 1975, la resaca de lo que ya había finalizado irremisiblemente hizo fuerza y consiguió el 27 de septiembre cinco penas de muerte, esta vez no conmutadas. Con Franco ya gravemente enfermo, los adláteres fueron los que dispusieron, inmunes -ellos sí- a todas las protestas y el disgusto generalizado. Fue el vano y sangriento último intento por revitalizar un régimen herido de muerte al que sólo podían dar continuidad los que ya habían decidido abolirlo para siempre. Dos meses después murió Franco y dos hombres, el Rey Juan Carlos -genuino ideólogo de la Monarquía Parlamentaria y obsesionado con crear una democracia plena de modelo occidental- y Adolfo Suárez, se echaron España sobre sus espaldas. Tras la luminosa aprobación de la ley de Reforma Política por las Cortes franquistas, aprobando con ella su propia disolución, el 18 de noviembre de 1976, y las elecciones generales constituyentes de 15 de junio de 1977, coronaron la meta un 6 de diciembre de 1978. La Constitución Española vio la luz y trajo la libertad, la igualdad y el estado de derecho, que aquella España ansiaba y casi ejercía por encima del corsé político caduco que, años antes de su derogación, tornó en inaplicable. La grandeza de aquel inmenso pacto nacional de todos es de una magnitud irrepetible, es esencial acercarse a ello para poder entender su realidad, su significado y el prolijo fruto que obtuvo. Hoy es el día de recalcar que, si hay quienes dudan de la Transición, de su modelo, de su vigencia y de la inmensa importancia de albergar a todos en la estructura legal e institucional esencial de España, que estudien democracia.
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