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La interminable ristra de sucedidos con motivo y alrededor de la pandemia, del tránsito del virus Covid-19, nos ha traído tantas actuaciones discutibles o extrañas, que no podemos recordarlas todas. El hecho reciente de la regulación del precio de los test de antígenos es ... también polémico y criticable, no sólo por dejar pasar las navidades con los test por las nubes, o porque liberalizar su venta habría sido suficiente para abaratar su adquisición, sino porque el precio de compra del Ministerio de Sanidad para adquirir varios millones de este tipo de producto ha sido mayor que si se hubieran comprado en una simple tienda portuguesa. Incluso determinadas comunidades autónomas han acudido al mercado y logrado costes muy por debajo de los alcanzados por los representantes del Gobierno central y su impericia, imprudencia o vaya usted a saber. Ya hubo episodios alrededor de los concursos para venta de mascarillas y otros bienes, así como los abusos en los precios contra los que la reacción gubernamental tardó en llegar.
En todo este maremágnum comienza a resquebrajarse esa cuasi unanimidad alrededor de las medidas a tomar y seguir tomando. Aprobar la cuarta dosis, cuando determinados especialistas ponen versadas pegas a la administración universal de la tercera, es algo, cuando menos, sorprendente. Desde la Sociedad Española de Inmunología indican: «No tiene sentido dar una tercera dosis a personas sanas y jóvenes, como es el grupo de entre 18 y 40 años». Carmen Cámara, inmunóloga del Hospital de la Paz de Madrid y secretaria de esta sociedad científica, también advierte de que «inyectar a las cuatro semanas de haber pasado Ómicron es una locura desde el punto de vista inmunológico. Otra opción sería seleccionar mejor a quien se refuerza dentro del colectivo de vulnerables».
Los que no somos inmunólogos, ni epidemiólogos o nada parecido, ni siquiera médicos o sanitarios, tenemos una posición muy limitada y hasta ignorante, pero no estamos sordos y es difícil reprimir la impresión de que hay una inercia para ir aprobando la inoculación de dosis con unas prisas indeseables. Y está el ejemplo de Israel, los más rápidos en aprobar hasta la cuarta dosis, cuya administración ha sido paralizada de hecho -como puede comprobarse- ante la inconsecuente y elevada incidencia de contagios en la población, si bien con mucha menos gravedad y efectos patológicos más leves.
Afortunadamente ahora el foco principal se encuentra en si gripalizar, o aún no, las medidas a tomar ante la deriva del virus y la enfermedad, porque aún hay enfermos y fallecidos. La corriente oficial, en cualquier caso, parece abogar por poner menos acento en las cifras de contagio y pasar a basar su acción en las hospitalizaciones y números de pacientes en UCI, sobre todo por la diferencia de gravedad de los efectos de la variante Ómicron en comparación con las anteriores.
Hasta aquí trazos y reseñas de los que del virus poco saben y de otros que sí, pero todos receptores y sujetos pasivos de decisiones y políticas que se pueden cuestionar, porque de ésta queremos salir.
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