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Ya nadie me quitará la ilusión de ver la Plaza de la Merced de blanco inmaculado. Era granizo que cuajó, nobleza obliga, pero lo que iba trascendiendo al mundo era que Málaga era más Europa con sus blancuras amanecidas. Yo vi a los malagueños como bajándose del Transiberiano y defendiéndose de la meteorología con los paraguas del chino.
Con todo, menos mal que estaban las cámaras con la vocación periodística de hacer un 'christmas' en Larios. El granizo despeluchó árboles centenarios, pero la estampa del Teatro Romano de blanco satén está ya guardada en las habitaciones últimas de mi memoria.
Por ver, los malagueños vimos y volvimos a esa nostalgia de la nieve que nunca llega al centro de la ciudad. Y sí, se democratizó un manto blanco en la Merced en cuyos árboles -y a horas tardías-, canallita yo, tallé con cuchillo un desiderativo: amaba a Paula o a Estefanía.
Quien se amaneció vestido de blanco vio a la ciudad como se ve cada mucho, y la suerte fue que hubo quien lo grabó. Después se hizo TT eso de los malagueños que caminaban como Chiquito donde estuvo el Zaragozano. Y, conforme clareaba el día, el Farid, sí que sacó a enfriar el barbadillo y los productos en un manchurrón de hielo en calle Valera.
El día antes había nevado de verdad en las cresterías de Estepona y comprendimos que en esta provincia del Paraíso tenemos la taiga a tiro de piedra. La nieve no es ajena a la provincia, y eso es un valor: Tolox, Junquera, Alfarnate o incluso el Veleta, que se ve desde Churriana y Olías en los días más claros y limpios del anticiclón.
Siempre, por estas fechas, Nacho Lillo y yo estamos pendientes de la Aemet, que a veces se equivoca con eso de la cota de nieve y Lillo y yo esperamos el milagro analizando modelos, borrascas... Una nevada habría sido más tranquila, habría convertido el Paseo del Limonar en el bosque bruselense de Soignes. En cambio, niños con la tabla de bodyboard se 'chorraban' por la Carretera de Cádiz y Larios parecía la Gore StraBe de Nuremberg.
Es verdad que los bomberos trabajaron y a mí en Fitur me llegaron las estampas del Teatro Romano con una capa blanca que me servirán, de aquí a la eternidad, de felicitación navideña. Ver Málaga blanca a 400 kilómetros da cierta tristeza, como si eso que llaman cambio climático lo fuera para hacerte más estropicio.
A Málaga le hacía falta la nieve, y el sanchismo nos ha dado granizo, que es la nieve populista. A pesar de los cristales rotos, Málaga se vestía de enero cuando el invierno se hacía más insoportable. Larios de blanco, vacía, dorada, es también un recurso turístico para reafirmarnos más que nunca en Europa.
El cambio climático, ay, nos da estas sorpresas. El fenómeno blanco nos purificó, nos sacó de las miserias consuetudinarias y le recordó a las gentes del cine que aquí se puede rodar 'Doctor Zhivago'.
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