Quisiera uno, a estas alturas del año, ir escribiendo temitas felices. Escribirle a la musa, a las vagas promesas del jazmín, a la gente que ... puede venir y que va, y a esa burbuja de buen tiempo, de aparente normalidad, que es lo más parecido a la felicidad en estos tiempos de posguerra. Podríamos ir escribiendo del Festival de Cine, que también era una embajada de la dicha y hasta acordarnos aquí de Luis García Berlanga, al que nunca homenajearemos lo suficiente. Y sin embargo qué desesperanza hoy lunes, a pesar de que las calles se llenaron contra los delincuentes. Hay desazón en este humilde cronista porque hay mal, ese mal que existe del Archipiélago al Pirineo, y del Pirineo al Cabo de Hornos y que es un sin cesar. Eso del lobo para el hombre es peor, quizá haya que hacer caso a la nomenclatura de Juanma Moreno Bonilla cuando habla de los HDP, que son muchos y que los conocemos porque están aquí, entre nosotros.

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Y sin embargo hay que creer en el ser humano, que no todos son canonjías del mal, ni gente que me llama por ni nombre de pila para romperme el alma y la mampara de una parada de autobús. Hay que creer en que algo existe más allá de ese hijoputismo en diversos niveles, que empiezan desde el acoso en Twitter a la lapidación en plaza pública del disidente. Del jueves a aquí se ha visto de qué es capaz el español: de ir vendiendo la muerte y la tragedia a beneficio de inventario sin pararse a pensar que vivimos tiempos de guerra, y que o estamos unidos o nos vamos donde picó el pavo.

Duele hablar del mal, del delito, en este lunes que debería ser como de víspera de moraga. Pero ocurre que por culpa de muchos, a la humanidad el trasero le huele a pólvora y nos estamos poniendo en riesgo extremo por culpa de unos pocos, de unos muchos, que al final parece que sí, que sí nos representan. Perdonen la desazón, pero es que esto no hay Prozac que lo arregle.

Imaginemos que todo puede ser como las aficiones de Dinamarca y Finlandia, agarrándose a la vida de Eriksen, que es la vida de todos.

La pregunta es a qué tanto mal, tanta mala baba por las calles que deberían ir ahora volviéndose a eso que llaman el Mediterráneo moral y a esas bodas que poco a poco van retornando entre los míos.

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A algo, sin embargo, hay que ir aferrándose. Apagar las redes sociales y ponerse con eso que he dicho antes, a hacer una relectura de Berlanga y ver que no hemos cambiado tanto desde entonces. O acaso que hemos ido a peor, al punto de estar lobotomizados sin remedio.

Que Dios nos guarde, a 14 del 6 del 2021. Ya más no nos pueden hundir a los que somos normales y tenemos una fe relativa en el vecino.

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