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Planear el futuro siempre ha sido un auténtico desafío, un reto intelectual muy grande y siempre sujeto a circunstancias sobrevenidas e inesperadas y también a errores diversos finalmente no contemplados en la proyección. En el horizonte contemplado para definir la llamada 'Agenda 2030' y, concretamente ... en la UE la llamada 'Euro 7' -denostada y alabada según quienes-, los ponentes y los gobernantes han dado un muy ambicioso paso al frente con una inédita y muy acentuada seguridad. Las bases o puntos de partida son planteamientos científicos y paracientíficos que describen fenómenos actuales, tanto como reacciones o situaciones que se darían en el planeta en el futuro, según y cómo se comporten la industria y el desarrollo de la mano de la humanidad.
La decidida apuesta por las llamadas energías limpias o sostenibles lleva indefectiblemente al expreso descarte de algunos tipos de combustibles y, por tanto, de las tecnologías que los precisan para su funcionamiento. Concretamente el motor de explosión -gasolina- y el de combustión interna o autoignición -diésel- encuentran un veto definitivo que los llevará a su prohibición efectiva y absoluta -dicen- en unos veinte años. Ambos tipos de motores (Nikolaus August Otto en 1867 y en 1894 Rudolf Diesel), que no sólo han servido de propulsión a vehículos automóviles marinos, aéreos o terrestres, sino también a todo tipo de funciones industriales, parecen llegar a su fin. Esta condena político-científica a la pena capital viene servida por el rechazo al uso de los llamados combustibles fósiles, o sea, el petróleo y sus derivados.
Naturalmente, como el mundo ni el ser humano son uniformes -los pesimistas dirían que «todavía no»-, no hay unanimidad que respalde esta decisión drástica. Hace unos meses se conocía el llamado 'informe Volvo', en el que, entre muchos otros detalles técnicos, se viene a decir que la eficiencia y casi nula contaminación que arrojan los estudios acerca del motor diésel de ultimísima generación son más que óptimos -superando, en opinión de algunos analistas, al correspondiente de gasolina-. Igualmente se hace constar que en la producción de coches eléctricos o electrificados, el vertido de CO2 es mayor que en la de motores tradicionales, si bien, en el uso cotidiano los eléctricos contaminarán menos. El informe es un análisis sincrético, objetivo y desprovisto de cualquier opinión, pero cualquier observador puede concluir, a la vista del mismo, que abandonar esos avances produce un grado de frustración y duda bastante importante.
Más allá de la bondad de las medidas tomadas y el plazo de caducidad establecido en estos acuerdos, debemos suponer que fruto de la más informada y acertada posición científica -si realmente es un acierto-, va ser muy duro enterrar nuestros viejos coches para siempre. Barrer del mapa esta crucial parte de la historia, renunciando a la mejora constante y progresiva de este tipo de tecnología para dejarla en vía muerta, es inenarrable. Los que aún restauran -dejándolos como nuevos- o fabrican vehículos de los llamados clásicos tendrán que limitarse a cambiar de actividad, modificar sus técnicas o trucar sus propósitos y crear un Ford Mustang, un Camaro o un Triumph de eléctrica propulsión. Nada será lo mismo.
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