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Somos 7.500 millones de criaturas que pululamos por este mundo, la mitad viviendo en la miseria. En la nueva edición de 2022 del informe del Banco Mundial titulado 'La pobreza y la prosperidad compartida', se calcula que 719 millones de personas en el mundo ... subsistían con menos de 2,15 dólares al día a fines de 2020 (el índice que mide la pobreza extrema). Como es habitual, en África subsahariana vive el 60 % de todas las personas en la situación antes descrita situación: 389 millones, con una tasa de pobreza cercana al 35 %, la más alta del mundo. A esto se añaden índices de pobreza progresivos, que aumentan en mucho más la pobreza en el mundo. Y en Europa, tampoco estamos para repicar campanas. Según el Plan de Acción del Pilar Europeo de Derechos Sociales de 2021, antes de la pandemia, 91 millones de personas se encontraban en riesgo de pobreza o exclusión social en Europa, y el 22,2 % de los menores vivían en hogares sin recursos, estimándose que aproximadamente que 700 000 personas en Europa duermen en la calle cada noche. La injusticia social no tiene fronteras.
No puede sorprender, por tanto, que en apenas 2 días de septiembre, más de 7.000 personas llegaran en pateras a la isla italiana de Lampedusa, a 100 kilómetros de la costa de Túnez, y que por su situación geográfica, es puerta habitual de entrada a Europa. En España, vía Canarias o Melilla o en Grecia, se viven situaciones similares. Son personas desesperadas que sufren lo indecible y quieren algo mejor para ellos y los suyos. Nuestra respuesta no puede ser la indiferencia y las devoluciones sin garantías.
No comparto posturas que llevarían al desmantelamiento de fronteras y al café para todos. Un Estado que se tenga por tal debe mantener un control de los flujos migratorios, saber quién entra y sale, evitar convertirse en el paraíso de malhechores de toda calaña, aunque sean ricos y bien recibidos por los que solo miran el brillo de la pasta pero no la suciedad de su origen. Parece razonable que en el diseño de la normativa de extranjería se tenga muy en cuenta la adecuación del mercado de trabajo respecto al otorgamiento de autorizaciones de residencia pero todo eso hay que hacerlo sin mirar a otro lado frente al drama diario de los que se juegan la vida en el mar para llegar Europa. Los acuerdos con los países de origen y tránsito (Túnez, Egipto, Libia o Marruecos) son necesarios, pero sin regar dinero y desentenderse de los derecho humanos. Pero al final la solución pasa por aprobar los proyectos europeos de Reglamentos de Asilo y Migración, pendiente de negociaciones, teniendo presente ningún que los Estados situados en primera línea necesitan la solidaridad de todos los Estados miembros. Hace falta generosidad, justicia y compasión. Esto es muy difícil pero no imposible, y como decía Alphonse de Lamartine, las utopías son las verdades prematuras. El mejor negocio para todos es la solidaridad.
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