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Mi verdad sobre héroes y bares

INTRUSO DEL NORTE ·

Somos hedonistas mediterráneos. El bar es nuestra casa para curarnos del confinamiento

Lunes, 15 de junio 2020, 07:57

Volveré al bar al que vuelvo, que ya hay fecha para lo mío, que ya hay papel de la Renfe y en mi retorno al nivel del mar parece haber mediado un milagro de San Vicente Ferrer, patrón de Valencia. Mis queridos bares de sabios y de niñas bellas tienen mucha agitación de mamparas, y el pitufo con el bote de hidroalcohólico no hace buen bodegón, pero habrá que acostumbrarse a estos hitos de la neotontería: a la tosecita atragantada y socialdemócrata de Fernando Simón y a otros episodios, que son tan dramáticos como cursis.

Han venido cordobeses a la playa, aunque todo estaba un poco más desapacible y han comido melón con melancolía: era el mar de siempre, claro, pero salieron de Benamejí como hacia lo desconocido. Desde la orilla materna me dicen que los delfines no se han ido del todo y que, hasta que lleguen los merdellones de las motos acuáticas, el delfinario sigue de luna de miel con el hombre. Se les ve en la nueva normalidad parando en las bateas y nadando como con destino, todo lo contrario a España. Mi querido bar, en toda esta vuelta a las playas y a los espetos, traerá su cerveza fría en estas noches de junio que hemos escrito ya aquí que son el amor. A veces un disparo retruena en la costa, pero huele a jazmín fuerte, como si hubiéramos recuperado el paraíso. Quiero esos bares y esas noches, cantar a Cole Porter con Álvaro García, dedicarle un poema a Duquesa, que la ciudad -con sus bares- no se acabe nunca y que siempre haya algo encendido que no sólo sea una farmacia.

La civilización es un bar, y mientras más apelotonado, mejor. La casa, digan lo que digan Sergio Ramos y los decoradores de interiores, es una mera techumbre para dormir. Y hay que huir de esa zona de confort.

En nuestra concepción del Mediterráneo hedonista somos eso mismo: bar hasta las tantas ahora que hay tanto que soñar y tanto que criticar. Ahí está el futuro, los balances de la economía en estos tiempos de guerra: se trata de que la inversión en el bar es una inversión en nosotros mismos. Podemos quitarnos del tabaco, pero nunca, jamás, del bar, que es el vivir. En un mundo raro, el actual, no podemos olvidar que hemos vivido mucho tiempo de secuestro y aún tenemos buena cara y nos callamos cosas contra las autoridades impertinentes. Que cuando volvimos al bar, todo era lo mismo, pero no todo era igual. Aquel refrán que nos reprochaban a los profesionales de las barras, «niño, ¿tú es que no tienes casa?», cobra hoy todo el sentido posible. Y creo que Alcántara escribió ya sobre esto.

Del bar a la terraza ajena en el centro, por Madre de Dios, va a pasar este verano mío en Málaga en el que no olvidaré ni a los héroes ni a los infames. El bar es la corporeidad de la democracia, y eso yo sé que lo saben los que nos pusieron el cerrojo después de sacarnos a la calle como pura masa.

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