A veinte días mal contados de las elecciones del 23-J, todo hace pensar que habrá cambio y obligado traspaso de poderes, aunque la partida no termina hasta que finaliza y nunca puede darse nada por seguro. Lo cierto es que unos y otros se ... disponen a 'darlo todo' hasta el último minuto, los favoritos en los sondeos para asegurar su victoria y los hasta aquí pretendidamente desahuciados por la mayoría de los institutos de opinión a romper los pronósticos, aunque sea en la incesante búsqueda de alguna fórmula, sucedido o acontecimiento sonado que dé definitivamente la vuelta a los machacones datos demoscópicos negativos.
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Todo puede ser, la energética irrupción de Zapatero en la campaña y el esfuerzo mantenido en los metros finales de la vicepresidenta Calviño son agentes colaboradores a tener en cuenta. Pedro Sánchez -en reconocible actitud de aspirante, más que de campeón que pretende repetir título- ya ha dado señales de estar inmerso en un ímprobo esfuerzo y de su disposición a agudizarlo hasta el último minuto para retener la presidencia del Consejo de Ministros a su nombre. Claro que algunas deserciones notables, aunque matizadas y de diversa significación y alcance, léase Joaquín Leguina, Alfonso Guerra, Amelia Valcárcel o el exministro César Antonio Molina y otros, pueden llegar a hacerle un gran roto. Pero a este rosario de abandonos le ha surgido un provincializado tropel de cartas de apoyo de veteranos exdirigentes que también tiene su sitio e importancia. Aún cabe pensar que, además, en el partido de Sánchez, debe haber planeada una estrategia final tan atrevida y ambiciosa como pueda esperarse, por todo lo que hay en juego. Hasta aquí, sin embargo, la efectiva respuesta socialista a un creciente y creciente Feijóo está resultando inconstante, deslavazada y, a todas luces, insuficiente, cuando no contraproducente. A veces, el exceso de gesticulación, la revelada artificiosidad de la puesta en escena más extrema y pretendidamente perfecta, una brillantemente fingida indignación o la producción en serie de argumentarios elaborados a fondo, son los más íntimos colaboradores de la derrota. Si a ello añadimos la ausencia de frescura y espontaneidad o el rictus inocultable de amargura que siempre acaba por salir, las apuestas seguirán aumentando a la contra.
Hay que tener en cuenta que en este caso se da claramente el fenómeno llamado «tícket electoral», dos por el precio de uno. «Vota Pedro-Yolanda», pues se trataría de reeditar el pacto de legislatura y coalición de gobierno hasta aquí conocido. De antemano está descartado un resultado aritméticamente ganador, todo se aventura a sumar con Sumar y votar con las fuerzas nacionalistas y las del resto de la izquierda.
Frente a todo ello el PP promete un «verano azul» y la insistencia de demonización de cualquier tipo de pacto con Vox no parece mellar sus 'a priori' ganadoras posibilidades. Guste o no, los que se aliaron con Bildu y no hicieron ascos a ningún tipo de alianza o cesión tienen poca o ninguna autoridad para censurar las acciones de legítimos y equilibrados entendimientos de su gran adversario o sembrar presuntos e infundados miedos. Alberto Núñez Feijóo -ya saben-, además, tendrá una vicepresidenta.
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