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ROBERTO LÓPEZ
Jueves, 27 de junio 2024, 02:00
Los veranos de antes sí que eran veranos. Eran más fáciles. Tenían sus cuatro cositas y fuera: Gibraltar, el último fichaje del Madrid, incendios forestales, ... el posado de Anita Obregón... Ahora, que somos más viejos, todo es distinto. Aquí está el verano 24 y uno, que tiene ya ganas de desaparecer, está harto y sospecha que la maquinaria no se va a detener.
El verano siempre es el último verano. El verano siempre nos hace un poco más viejos. Ahora el verano se solapa con la rutina y no rima. Sí, estoy harto. Harto del ruido y la furia, de lo poquito que nos ponemos de acuerdo, de la toxicidad de una sociedad intoxicada, de los moderadores y sus tertulias, de los suicidios de los jóvenes, de las mujeres asesinadas, solas y aterradas, en sus cocinas... Alguien debería darle al botón de pausa.
El verano son aquellos veranos de entonces. Un botón de pausa o un verano de entonces. Un verano de libertad y chanclas, de noches largas y viejos amigos, de viajes y lecturas. Necesitamos parar. Necesitamos olvidarnos, por un instante, del problema de la vivienda, del auge de los populismos, del precio del aceite y de las cartas de amor del banco. Olvidarnos de todo, durante un verano nuevo, y que nos sobrevuele el terral y el desencanto.
Que el tiempo es un círculo plano y que lo que hemos hecho lo repetiremos irremediablemente, ya lo sabemos. Intento que esta columna sea una autopsia moral o un matrimonio con la gravedad. No estoy seguro de conseguirlo, no estoy seguro de nada. Llega este verano de viento quemado y solo siento que estoy hartito y que tengo ganas de desaparecer. Y eso me da miedo y pienso que no podemos desaparecer, no, ahora no.
Si nos quitamos de en medio alguien ocupará nuestro lugar. Si dejamos de hacer política, tele, columnismo..., alguien lo hará por nosotros. Eso es justo lo que quieren. Aburrirnos, cansarnos, hartarnos hasta el bostezo o la arcada. Que pensemos que, lo mejor, sería desaparecer. Como yo lo pienso ahora. Quieren ocupar nuestra tierra y nuestras casas con sus extremidades extremas, con sus enredos en redes, con esa política de mierda.
No dejemos que eso pase, no dejemos que nos sobrepasen. Que no nos pueda la nostalgia y la inercia. Que no nos quiten el sitio, ni la pluma, ni la broncínea voz. A pesar del hartazgo y la desgana, aquí seguiremos, sabiendo que el futuro se parece demasiado al pasado, en que la tierra, albina y seca, algún será brillante y verde, y que hay que atarles en corto porque en el desierto no hay nada ni siquiera eco.
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