Contra la velocidad

Un llamamiento a la prisa lenta

VIOLETA NIEBLA

Lunes, 13 de enero 2025, 01:00

Una vez, hace dos años, maté a un pájaro en la carretera. Fue un accidente, pero lloré durante 400 kilómetros. Íbamos de gira en una furgoneta alquilada. Sentada al volante, desde esa altura absurda, te crees la reina del mundo: todo se ve más pequeño, ... más manejable. Pero el parabrisas también está más cerca del cielo, y el cielo está lleno de pájaros. Recuerdo el impacto con nitidez. Y vuelven a temblarme las manos. Un vuelo juguetón, una bandada alborotada, y uno, solo uno, que se cruzó en el instante equivocado. No hubo tiempo de reacción, nunca lo hay.

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Hace unas semanas ocurrió otra vez. Esta vez la furgoneta no era alquilada, era mía. Ocurrió igual. Aparecieron de nuevo en un vuelo juguetón y no pude frenar. La punzada en el corazón, la pluma en el cristal, el golpe seco en el estómago de mi conciencia.

Esta segunda vez intenté perdonarme en el momento. Intenté no llorar. Busqué consuelo en las rapaces que planeaban cerca. Automáticamente pensé que ese pequeño cuerpo serviría de alimento para otras vidas. Quise pensar en la cadena alimenticia, la pirámide trófica. Busqué mi propio perdón. Me dije: «No ha sufrido. No se ha enterado». Pensé en cuando tuve el accidente, cuando el coche me arrolló a mí. No noté el impacto, mi conciencia lo borró. No hubo dolor. No te das ni cuenta. Una trata a toda costa de buscar justificación para limpiarse por dentro. Pero en el fondo sé que iba demasiado deprisa, que quizá, si hubiera ido más lento, el drama no habría ocurrido.

Desde entonces conduzco con una cautela nueva, casi animal. Voy muy alerta con una sensación de mirada panorámica, no solo al frente, sino a los lados, al suelo, al cielo. Y cuando veo la señal triangular con el icono de un ciervo en su interior me pregunto si soy la única que se ha fijado en ella. Los otros coches me adelantan sin parar como si las señales fueran atrezzo, posters de IKEA, la cara de Audrey serigrafiada de colores.

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De noche, soy incapaz de ir rápido. Enciendo las largas y me pregunto ¿soy la única que no quiere cruzarse con un gato, un zorro, un perro, un conejo, un erizo, un lince, un camaleón, un ratón, un jabalí, una perdiz, un corzo? Cada vez que paso junto a uno de estos cuerpos en los arcenes, se me encoge la vida. Respiro hondo y les dedico un pensamiento. Le mando mi pésame a ese trocito de naturaleza que ha tenido la mala suerte de cruzarse con una carretera.

Pienso en los trenes, en los aviones. En todo lo que la velocidad se lleva por delante. Por eso, esta columna es un alegato contra la velocidad, un llamamiento a la prisa lenta.

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