Sr. García .

El valor de la palabra dada tiende a cero en la política

CARTA DEL DIRECTOR ·

La sociedad debería reflexionar sobre los riesgos de que se asuma con pasmosa naturalidad la mentira o el incumplimiento de los compromisos

Manuel Castillo

Málaga

Domingo, 28 de febrero 2021, 00:35

Una de las primera cosas que se le enseña a un niño es que siempre hay que decir la verdad. Un principio básico y elemental en la formación de una persona que pretenda sustentar su vida en la dignidad y la honestidad. Luego, cuando se ... crece, se comienza a valorar la palabra dada como el mayor compromiso posible. Hubo un tiempo en los que los acuerdos y negocios se cerraban con un apretón de manos, que era mayor garantía que cualquier notario, papel o firma. Y hoy hay muchos que aún mantienen ese legado como su mayor patrimonio: «Te doy mi palabra».

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De hecho, faltar a ella, a la palabra, se ha considerado durante mucho tiempo la mayor afrenta posible. «Los españoles merecen un Gobierno que no les mienta», dijo Rubalcaba en 2004, cuando todavía decir la verdad era un principio inexcusable. Porque en política se ha castigado mucho más la mentira que el error. Quizá porque nos resistimos a que nos tomen por tontos.

Pero todo esto, inexplicablemente, está cambiando. Y buena parte de culpa puede estar en que se prefiera que nos digan lo que queremos escuchar a que nos digan la verdad. Y la política se ha dado cuenta de ello y se lo está tomando al pie de la letra.

Las hemerotecas son tan demoledoras con la honestidad de algunos cargos públicos que la sociedad debería reflexionar sobre los riesgos de que se asuma con pasmosa naturalidad tanto la mentira como el incumplimiento de los compromisos.

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Recientemente conversaba con un histórico del PSOE de Málaga y se enfadó porque le dije que era difícil creer en los compromisos de Salvador Illa en Cataluña porque estábamos acostumbrados a que él y el propio Pedro Sánchez incumplieran su palabra de forma reiterada. No me extrañó que se enfadara –es de sobra conocida la disciplina partidista– sino que justificara o restara importancia al hecho de que un presidente del Gobierno mintiera de forma recurrente o habitual y que entendiera la mentira como una nueva forma de hacer política.

En esa conversación le recordé a este histórico del PSOE el vídeo de la entrevista a Pedro Sánchez en un coche con la periodista Pepa Bueno en el que negaba todo lo que después hizo. «Me decían que iba a vender mi alma», dijo Pedro Sánchez en esa charla. Pues la vendió.

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La relación de vídeos de la hemeroteca de Pablo Iglesias es innumerable también. Y tampoco se libra Pablo Casado, que improvisa puntos de vista y criterios en función de por dónde sople el viento cada día. El espectáculo que los líderes del PSOE y del PP con la designación del consejo de Radio Televisión Española y en la negociaciones para el reparto de vocales del CGPJ es absolutamente bochornoso. Diría que cómico si no se tratara de un asunto de tanta trascendencia.

No es extraño por tanto que ya haya quienes se preocupen en borrar todo cuando puedan de sus perfiles digitales para no dejar rastro de sus contradicciones, de sus incumplimientos y de sus mentiras.

Da la impresión que, ahora más que nunca, el fin justifica los medios y la mentira es un medio más para lograr esos fines. No cabe duda, hay que aceptar que nos toman por tontos.

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Y buena parte de esta batalla se libra en los medios de comunicación y en las redes sociales. Y en este preciso momento es cuando algún lector pensará: ¿Y la prensa? Pues sí, es verdad que hay medios concretos y casos también concretos en los que la prensa se ha ganado a pulso la desconfianza, pero es preciso reivindicar la permanente relación de la prensa con la verdad. Basta repasar esas hemerotecas para comprobar que los grandes casos de corrupción de este país han sido destapados por la prensa y no se ha librado ningún partido, ninguna institución del Estado ni ningún poder económico. La prensa siempre ha estado ahí, con más aciertos que errores en mi opinión.

Lo que ocurre con esto de la mentira es que es un mal extendido por todo el sistema, por lo que se produce una especie de corporativismo sistémico para justificar esa falta de verdad en la política. Tanto por acción como por omisión. Porque hay silencios atronadores que hacen abochornarnos tanto o más que la propia mentira. Y me refiero, por ejemplo, al silencio de toda la clase política andaluza sobre las presuntas infracciones del presidente de la Fundación Bancaria Unicaja, Braulio Medel, en el ejercicio de su actividad en consejos de otras empresas cuando era presidente de la caja de ahorro Unicaja. Dice el consejero de Presidencia, Elías Bendodo, que él no sabe nada de las reuniones del Patronato de la Fundación y lo dice públicamente. Algo sabrá cuando de su mano sale la designación de tres patronos de la Fundación y uno de ellos, Antonio López Nieto, está en la entidad por decisión de la propia Junta de Andalucía según los propios estatutos de la Fundación. También dice que la Junta no quiere saber nada. Y resulta que horas antes el propio Gobierno de la Junta se había pronunciado formalmente en el Parlamento sobre la fusión por absorción de Unicaja Banco y Liberbak.

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El gran salto, en general, es cuando se pierde el pudor y sobre todo el temor a no decir la verdad. Cuando no pasa nada, cuando se cree que todo se olvida, cuando se confía en que nadie recordará mañana nuestras mentiras. Cuando se interioriza que lo importante es lo que interesa en cada momento. Por ello son tan importantes las hemerotecas, porque dan la verdadera dimensión de las personas con trascendencia pública. En el caso de los periodistas, cada una de las palabras que escribimos constituyen nuestro armazón de credibilidad.

Hay que resistirse a asumir que nos manipulen, que no nos digan la verdad, que nos confundan con medias verdades, que nos mientan y, sobre todo, que nos tomen por ingenuos. Porque, como decía Aristóteles, el mayor castigo del embustero es no ser creído, aun cuando diga la verdad.

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