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Un día cualquiera

Un día cualquiera

La tribuna ·

El desayuno de hoy va a ser más ligero que de costumbre porque mi jefe quiere que llegue media hora antes para hablar sobre su reunión con los socios y necesita que yo le tenga todo preparado

PABLO ANTÓN / FUNDADOR DE TALENT NETWORK

Sábado, 10 de marzo 2018, 10:39

La alarma del despertador es horrible. La apago como todas las mañanas a las 6.30, pensando que tengo que cambiar de una vez por todas su tono y con la sensación de no haber cubierto las horas de sueño recomendables para el correcto funcionamiento ... de mi cuerpo y mi mente. Tambaleándome aún por el letargo, me levanto y ya en la ducha aprovecho para hacer el recorrido mental de lo que voy a ponerme y de lo que voy a preparar de desayuno para los niños y mi pareja, que aún sigue en la cama. El desayuno de hoy va a ser más ligero que de costumbre porque hoy mi jefe quiere que llegue media hora antes para hablar sobre su reunión con los socios y necesita que yo le tenga todo preparado: datos, todos los números al día e incluso un discurso de lo que tiene que decir. A veces pienso que quien debería ocupar ese cargo soy yo, pero por ser quien soy jamás podré llegar a ocuparlo. Me resigno y sigo preparando los huevos revueltos mientras grito a Isabel y a Rodrigo para que se salgan ya de la cama y vayan directo a la ducha. Todavía me quedan cinco gritos y un amago de castigo sin tocar la Play en toda la semana para que me hagan caso. Mi pareja ya viene bajando las escaleras y parece que tiene prisa. Sólo alcanza a beberse el café y darme un beso mientras abre la puerta de la casa para irse al trabajo. Cuando ya está fuera me doy cuenta de que se le ha olvidado la cartera y se la acerco a su flamante BMW que ayer cumplió apenas un mes. Mi pareja piensa que una persona que ostenta un cargo como el suyo en una compañía como la suya, necesita de un coche que esté a la altura de su categoría. Yo me conformo con mi pequeño utilitario, que me lleva a todos lados y que, pese a sus 10 años de vida, aún no ha pisado el taller. El bus de la ruta del cole de los niños ya está en la puerta, Isabel corre y saluda al conductor mientras se sienta en la tercera fila. Rodrigo tarda y necesita que yo le ayude a atarse los cordones de los zapatos. Ya de vuelta a casa respiro diez minutos de paz con la única compañía de este bendito silencio mientras me doy cuenta de que los huevos me salieron más salados que de costumbre. Pongo la lavadora, hago las camas y termino de arreglarme.

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