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FEDERICO ROMERO HERNÁNDEZ
JURISTA
Domingo, 13 de abril 2025, 02:00
Verdaderamente San Pablo 'no daba ni una puntada sin hilo', como se suele decir. Cuando escribió sus Cartas, integradas dentro del Nuevo Testamento, en su ... primera a los Corintios, nos dice (en sus versículos 45-47) que, «así como el primer hombre (Adán) se convirtió en un ser vivo, el último Adán (Jesucristo), se hizo un espíritu que da vida. No fue primero el espiritual, sino el animal, y después el espiritual». Parémonos aquí, porque, en lo dicho, están contenidos nada menos que la historia de la humanidad entera y los misterios de la Encarnación y de la Redención que integra la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. Y, con este último, el sentido de nuestra muerte. Vayamos por partes porque, si no, nos podemos perder.
Escribo esto dentro de la Cuaresma del año 2025. Con esta datación ya anticipo dos cosas, la primera que está destinada a intentar publicarla con vistas a la inminente Semana Santa. La segunda, es que, si Dios me da vida, continuaré publicando mis consideraciones como viejo laico, que pretende ser cristiano, por si pueden ayudar a alguien que quiera vivir su fe como un adulto cargado de años, pero con la sencillez de un niño, si es posible.
Vivo en Málaga y es suficientemente conocida su Semana Santa como un acontecimiento de carácter popular, y yo diría que, para los no creyentes, simplemente tradicional y folclórico. Para los cristianos, supone revivir, y no solo recordar, los pasos de la Redención. Una de las procesiones de esa Semana en mi ciudad, tiene como titular a un Cristo crucificado, sobre la que hace algunos años escribí un artículo titulado 'Catequesis ambulante', que casi lo dice todo. En la iconografía de su trono, como pasa en todos los que se procesionan, hay referencias teológicas que desean transmitir el mensaje de nuestra fe a través de la imaginería. Recuerdo que, cuando, a una de mis nietas, que entonces era una niña, la llevábamos a contemplar los desfiles procesionales, y al llegar el momento del paso de un Crucificado me tiraba de la mano, para que nos fuéramos o, sencillamente, se tapaba los ojos. Su extraordinaria sensibilidad le impedía ver el horror que era la exhibición de la tortura que allí se representaba. Tenía razón. Nunca debemos acostumbrarnos a la enormidad de ese sacrificio.
Todos nos hemos hecho alguna vez varias preguntas acerca del misterio de la Redención. La primera: ¿Por qué hemos pecado todos, junto con lo que hemos llamado 'nuestros primeros padres', en lo que se simboliza como 'comer la manzana prohibida en el Paraíso'? ¿Por qué esa bárbara y cruenta penitencia exige la pasión y muerte de Dios hecho hombre? ¿Tienen razón los que opinan que su sufrimiento y muerte 'fue muy fácil para Él porque era Dios'? En definitiva ¿Cuál es el sentido de la Redención?
En lo que nos queda de espacio voy a tratar de responder a esas preguntas, sin dejar de reconocer que se inscriben en el contexto misterioso que todavía es para nosotros ese 'Dios desconocido' del que hablaba San Pablo. La mayoría de los historiadores opinan hoy que el mito del 'buen salvaje' es una más de las especulaciones de Rousseau. Desde que el hombre, mediante evolución, va pasando de ser un animal irracional a un animal consciente, aunque con involuciones, van desapareciendo costumbres bárbaras como los sacrificios de humanos inocentes, la muerte por asfixia e inanición de los reos colgados de un madero, o esclavizar a las personas considerándolos como cosas. No olvidemos que para Dios no existe el tiempo porque es eterna presencia. Todos y cada uno de los miembros de la humanidad -unos más gravemente que otros- nos hemos comportado como 'dioses': disponiendo de la vida de los otros, y con muy diversas formas de tiranía, autoritarismo, egoísmo y vanidad ofensiva, ofendiendo también así a Quién nos ha creado. Esa es mi apreciación respecto de la primera pregunta. Importa poco nuestra capacidad de ofender a un Ser infinito, porque Alguien, siendo el hombre perfecto y último, ha expiado por nosotros. Y como opina C.S. Lewis: «Supongamos que Dios se hace hombre...supongamos que nuestra naturaleza humana, que puede sufrir y morir, se amalgamase con la naturaleza de Dios en una persona. Esa persona, entonces, podría ayudarnos... No podemos compartir la muerte de Dios a menos que Dios muera, y Él no puede morir a menos que se haga hombre...la perfecta sumisión, el perfecto sufrimiento, la muerte perfecta fueron posibles porque era Dios».
Por último, podríamos pensar que, a Jesucristo en cuanto a la naturaleza divina de su persona, le pudo resultar más fácil su pasión y muerte, pero contemplando la terrible tensión que supuso para él la espera del huerto de los olivos, sabiendo lo que iba a acontecer, y la tortura y sensación de soledad en la cruz, nos hace atisbar la realidad profunda de su sacrificio. El Último Hombre -no en el tiempo, sino en la eterna presencia- personifica el misterio de la Redención, la naturaleza de su Amor y da sentido a nuestra propia existencia.
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