Por ahora

Es turismo

Allá por los años 50 del siglo pasado, España volvió a ser objeto de curiosidad y atracción para algunos viajeros, muchos de ellos intelectuales o europeos ricos que querían descubrir su exotismo. Eran números nimios que no daban para crear ni creer en una actividad ... ni en un yacimiento de empleo o de prosperidad. Pero, año tras año, el fenómeno crecía y, en algunos puntos geográficos, tomaba cuerpo. Destinos tradicionales de veraneo para los españoles más acomodados, Cantabria, Mallorca y otros, en menor medida, veían que a las familias de siempre se les sumaban otras foráneas de Francia, Inglaterra, Alemania y norte de Europa. A finales de los años 60, el turismo de masas en toda la costa mediterránea española era una realidad. Se multiplicaron los aeropuertos y los vuelos internacionales, los hoteles y todos los negocios relacionados. A partir de ahí, del interés de los visitantes por pasar períodos de tiempo en nuestro país, ha sido una historia de éxito que no cesa. Ya saben, después de Francia -y a escasa distancia-, España es el país más visitado del mundo.

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Todo lo ocurrido desde entonces, la Transición, la llegada de la democracia, nuestra integración en la Unión Europea, etc. no ha hecho más que aumentar números y personal. De los toros a los Sanfermines y el buen tiempo, el llamado turismo de sol y playa obtuvo la mayor aceptación, pero también lo monumental, la cultura y los destinos verdes de interior. Podemos decir que hoy España tiene, gobierna y administra una inmensa factoría industrial y de negocio turístico. Destino de referencia, el progreso social del mundo occidental y no tan occidental ha llevado incluso a que algunas decenas de miles de los que un día fueron turistas hayan decidido quedarse de forma permanente. A todo ello ha ayudado sobremanera la estabilidad social, la democracia y nuestro estilo de vida respetuoso y tolerante, nuestras infraestructuras de comunicación y la sanidad -pública y privada-, a la altura de las mejores.

Somos un país vital y de pobladores apasionados, a veces satisfechos y, por momentos, inmersos en nuestro laberinto -Gerald Brenan le llamó «el laberinto español»-, que muy pocos extranjeros comprenden. Seguramente nosotros tampoco. Son muchas las veces que tomamos decisiones equivocadas que nos complican la vida, con dudas, rutas erróneas o más largas de lo necesario, siempre acabamos por encontrar el camino, los caminos. Si se atiende a los diagnósticos de algunos políticos o partidos no podría entenderse que tantos de todas partes quieran venir a visitarnos. Tampoco es de recibo ese movimiento separatista tan longevo e insistente como incapaz de cuajar, ni hoy ni nunca. Quizá, si nos echáramos un vistazo, comprenderíamos mejor que ni siquiera Sánchez puede apresarnos.

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