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La turba

No se debe confundir al pueblo con la turba y los linchamientos con la Justicia

Domingo, 1 de septiembre 2019, 10:08

18 de agosto de 1944, calle Beauvais, en Chartres, bella ciudad francesa con una catedral gótica impresionantes. Robert Capa hizo una icónica fotografía de esos días de alegría por la liberación, y de venganza por los atroces años de la ocupación alemana. Junto a su madre, Simone Touseau, la joven rapada y con la cruz gamada gravada en su frente, es sometida a la humillación pública (como hacían también los franquistas con muchas republicanas españolas), llevando en brazos a un niño y un «pecado» en su joven vida: enamorarse y quedarse embarazada de un soldado alemán, así como hacer de intérprete para los nazis (de acusaciones de denuncias a vecinos, fueron absueltas). En estas fechas Francia fue escenario de escenas como esas (y peores, ya que en algún caso las mujeres fueron ejecutadas tras el escarnecimiento) en el marco de esa borrachera de violencia y ausencia de piedad que implicó la segunda guerra mundial. El final de esta pequeña historia es tan triste como el principio: la familia se traslada para que se olviden de ellos, y Simona muere alcoholizada a los 44 años de edad. Lo llamativo es que estos desahogos vengativos, en la mayoría de los casos, no estaban protagonizados por miembros de la resistencia al invasor nazi, es decir, por personas que se habían jugado la vida defendiendo la dignidad del pueblo francés frente a la barbarie nazi. Casi siempre eran «resistentes de última hora» (los que se convirtieron en valientes cuando no quedaban alemanes a kilómetros) los que con saña y sadismo pelaban, insultaban y degradaban a estas mujeres por la llamada colaboración «horizontal», lo que contrasta con la sumisión o incluso colaboraciones de más envergadura, que eran regla común durante esos años (las personas comprometidas con la resistencia eran una minoría). Otras mujeres tuvieron mejor suerte y siguieron viviendo ricas y con el reconocimiento general de Francia y el resto del mundo. Como recientemente ha quedado confirmado por la documentación conservada en los archivos nacionales, Coco Chanel, la famosa diseñadora, colaboró con los servicios secretos de la Alemania nazi e incluso intentó desplazar de sus empresas a un socio judío al amparo de la legislación antisemita de la época. Esta inmoral, para colmo del clasismo más rancio, fue despachada por las autoridades con un leve interrogatorio, y «pelillos a la mar». No hubo proceso por sus delitos, su imperio económico siguió vistiendo durante años a mujeres con pasta y tuvo mucho mejor vida que la infeliz Simone: murió en 1971 en el Ritz, donde vivía millonaria a los 88 años de edad.

Detrás de muchas de esas caras burlonas de la foto, que con sus mejores galas insultaban a Simone, lo que se escondía era una absolución en cuadrilla por pecados colectivos, mediante una fórmula tan frecuente en la historia como injusta: buscar un chivo expiatorio y machacarlo sin piedad, siendo casi siempre «seleccionadas» para tan triste papel, personas vulnerables y sin capacidad de defensa: pobres, minorías o mujeres. Es lo que pasa cuando se confunde al pueblo con la turba y los linchamientos con la Justicia.

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