Es simplemente una vergüenza lo que está pasando con el proyecto para construir un hotel de lujo en el puerto. Y es una vergüenza porque ... después de ¡seis años! todavía no se sabe muy bien qué va a pasar con el mismo. La maraña burocrática es insostenible. No cabe en la cabeza de cualquier inversor que después de este periodo de tiempo no sepa si su proyecto va a completarse o se quedará en el camino. Puertos del Estado acaba de dar luz verde a la torre del puerto, pero apunta que el Ayuntamiento de Málaga primero tiene que dar la aprobación definitiva en el pleno y publicarlo en el boletín oficial antes de enviarlo al Consejo de Ministros. Desde el municipio se ha apuntado hasta ahora que no, que debe ser al revés, que la aprobación definitiva tiene que hacerse tras el visto bueno del Gobierno. El alcalde tiene que actuar de una vez para buscar una solución, que puede pasar por la aprobación del pleno condicionada a los reparos que después pudieran producirse. Parece lo más lógico que llegue así al Consejo de Ministros, más que nada porque así lo estipula la ley, salvo que desde los propios departamentos municipales haya funcionarios que quieran torpedear este proyecto por las razones que sean. La cuestión es que ya han pasado seis años y el proyecto sólo encuentra obstáculos. A ello hay que unir la irrupción estelar del Ministerio de Cultura, con la apertura de un expediente ridículo, pues parte de la base de que el dique de Levante es parte del Centro histórico. ¿Hay algún malagueño que crea que ese dique creado ex novo hace unos años forme parte del Centro histórico, o sea, como adyacente de calle Larios y demás vías del casco antiguo? ¿Es que nos quieren tomar por tontos? Los opositores al proyecto, que están en su legítimo derecho a hacerlo, basaron su estrategia en que el hotel prácticamente apabullaría a la Farola, algo por cierto totalmente incierto. Y este argumento, que también parece peregrino, ni siquiera se toma en consideración por parte de Cultura, que se ha metido por contra en un embolado del que veremos cómo puede salir. Estaría bien saber quién tomó esta iniciativa y si sigue en su puesto. Lo que extraña en estos tiempos de revisionismo histórico es que no haya salido un iluminado poniendo en entredicho la construcción de la Catedral por tapar las vistas de la Alcazaba. El ministro de Cultura, Miquel Iceta, tiene una patata caliente, pues en el caso de que decidiera torpedear el proyecto alguien le podría recordar lo que ha pasado en su Barcelona natal con el hotel Vela, que en línea recta está más cerca de la estatua de Colón que da comienzo a Las Ramblas que la torre del puerto a la estatua del marqués de Larios. Sería un agravio comparativo difícil de asumir por estos lares. Lo cierto a estas alturas es que el proyecto ha pasado ya el filtro de cuatro administraciones públicas (Ayuntamiento, Junta de Andalucía, Estado y Autoridad Portuaria) y todavía no se sabe con certeza si saldrá adelante. ¿Dónde está la seguridad jurídica en este país, que no hay que olvidar que es un Estado de Derecho? No sería de extrañar que los propios inversores pidieran explicaciones a las administraciones, pues después de mantener un aval de 2,4 millones de euros, que acaban de renovar en agosto para los próximos cinco años, están con esa incertidumbre, de ahí que no sería descartable que desde las propias instituciones cataríes se pidieran explicaciones oficialmente al Estado español. Lógico. Lo cierto es que si el proyecto sale finalmente adelante, algo que personalmente deseo porque considero que es muy bueno que Málaga tenga un equipamiento de este tipo y que además se convertiría en un nuevo símbolo de la capital, las obras no empezarían hasta finales del año 2023, en el mejor de los casos, pues además de la aprobación del Ayuntamiento y del Consejo de Ministros, todavía quedarían por completar otros informes ambientales antes de que se expidiera la correspondiente licencia de obras, a lo que hay que unir la redacción definitiva del proyecto. O sea, que una iniciativa que empezó a gestionarse en el año 2015 no empezaría a ejecutarse hasta finales de 2023. ¡Ocho años! cuando las obras tendrían una duración de no más de tres años. O sea, que se tarda más del doble de tiempo en conseguir los permisos para construir que la edificación en sí. Un espectáculo burocrático lamentable. El milagro de Málaga no es sólo la pujanza que ha alcanzado la ciudad, sino que los inversores soporten este calvario.

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