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Siempre he sentido una envidia secreta y sana por las personas que saben cuál es su lugar en el mundo. Las que saben que es ... ahí, que no necesitan estar todo el día recordándolo a empujones, que salen de su zona de confort y luego vuelven a la coherencia sin dramas ni culpas, que son discretas, que no invaden y que no se hacen notar a tu alrededor hasta que, ay, te desaparecen.
El pasado domingo nos desapareció Trini. Trinidad García-Herrera Pérez-Bryan. Sí, digo bien: nos desapareció, porque su muerte nos deja huérfanos a todos -muchos, muchos, una legión- los que la asumíamos y queríamos desde ese lugar discreto, cálido y eficaz. Porque su lugar era el de la memoria, su lugar estaba entre los archivos, entre los papeles amarillos y desordenados a los que dedicó su vida convencida de que, poniendo luz y orden en el caos del pasado, a todos los demás nos haría fáciles el presente y el futuro. Y vaya que lo hizo.
Lo hizo hasta el final de sus días y durante décadas, con la responsabilidad y el compromiso de armar y cuidar un legado histórico -ahora, también sentimental- que quedara ahí, para nosotros. No siempre fue fácil. Lo recordaba hace apenas tres semanas, cuando recogió de manos del obispo la Medalla Pro Ecclesia Malacitana, emocionada y agradecida pero a la vez con la humildad verdadera y generosa de las personas que asumen su trabajo no como una carga, sino como un privilegio. Por eso también la Agrupación de Cofradías se sumaba al reconocimiento a su labor y acordaba iniciar el expediente para concederle su Medalla de Oro. También eso la colmó de gratitud a pesar de que ya sabía, ya sabíamos, que algo no iba bien.
He pensado mucho en ella en estos días. En lo que vamos a extrañar no encontrarla al otro lado del teléfono para cualquier duda, una fecha, un nombre, dónde buscar, por dónde seguir tirando del hilo. Trini tenía la ciudad en su cabeza y ahora nosotros la tenemos en las manos, porque gracias a ella, por ejemplo, tenemos digitalizado el archivo de Narciso Díaz Escovar -el mejor de Málaga-, el de la Agrupación de Cofradías, el del Obispado... Gracias a ella tenemos la memoria más ancha y eso, créanme, es un regalo para todos los que amamos la historia de nuestra ciudad e intentamos seguir con su legado. En realidad, el privilegio del trabajo no era suyo, como decía. Era nuestro porque la teníamos cerca.
Porque Trini, además de todas esas cosas, era mi tía, así que con ella me desaparece, además, una parte de la memoria familiar y me aparecen otros vértigos. Y pienso en la última vez que la vi, hace diez días subiendo por calle Granada, que yo iba como siempre con prisa y que quizás ese abrazo tendría que haber sido más largo. Ojalá supiéramos cuando va a ser la última vez de todas esas cosas. Porque me faltó darle las gracias. Por la memoria y la generosidad. Así que lo hago por aquí. Gracias, tía Trini. Descansa en paz.
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