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VIOLETA NIEBLA
Lunes, 7 de abril 2025, 02:00
Le mandé a mi alumno-amigo Jose un vídeo que me hizo soltar tres carcajadas que retumbaron en el salón de mi casa. Escribo este ... texto desde el privilegio de poder decir que tengo casa, hipotecada, todavía no es mía del todo. Se lo mando a él porque está liado en la lucha de buscar una vivienda y me parece que le puede gustar.
El vídeo se titula 'Sobrevive en un ataúd'. Es una animación 3D de un microapartamento en el centro de Madrid: tres metros de largo por uno de ancho. Tiene cama, váter, espejo, una ventana que parece un ecógrafo, una mesa plegable, una nevera diminuta y encima una placa de un fuego de inducción. La cama está colocada a doble altura y el sillón está pegado a la ducha, dividido por una mampara. La gente señala en los comentarios: «Luis podrá disfrutar de sus comidas con un ligero aroma del baño y cuando quiera podrá jugarse el sueldo en criptomonedas de dudosa calidad», «vamos a rescatar un sofá del basurero del barrio», «además hay suficiente espacio para moverse sin golpearse la cabeza».
Jose se ríe. Me escribe: «Es peor que una celda». No sé qué contestarle. Supongo que eso: que sí. Que sí, pero más caro. Un chiste que no da risa. O sí, si no lo piensas mucho.
La noche de la manifestación por el problema de la vivienda vi la miniserie The Architect. La trama: un grupo de jóvenes hartos del precio de los alquileres decide ocupar los sótanos del edificio donde trabajan como repartidores y camareros. Lo hacen en silencio, como ratones. Lo que comienza como resistencia se convierte en un experimento social de arquitectura subterránea, sin derechos ni ventanas. Una utopía que enseguida se pervierte y pasa a distopía. La meto en el saco de la serie Colapso o The Handmaid's Tale. Todo enfocado a un futuro casi presente.
Después leo que en la Edad Media la gente dormía en armarios. 'Armarios-cama', dice el artículo. Cajones de madera con puertas que se cerraban desde dentro, como para ocultar el cuerpo. Protegerlo. Conservar el calor. Yo ya he dormido en uno. Estuvimos alojadas en un sitio de estos que te alquilan nichos para dormir y compartes nichitos con otras personas a las que solo les ves los pies. Pagas por el silencio, por el aire, por no molestar.
No sé si reírme, si llorar o si bajar a la calle. Quizá las tres cosas. Por mí, por Jose, por la casa que no tengo del todo y por todas las que ya no se pueden pagar ni a plazos. Ojalá estas realidades solo fueran ficciones. Pero no son ficciones, son ladrillos a precio de oxígeno y se paga con la respiración contenida. Así está el mundo, con los pulmones hinchados, esperando el momento de soltar aire.
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