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Torroles, tras el pregón

Fiestas en la ciudad mundial que no para

Lunes, 30 de septiembre 2019, 08:16

Fue nuestra Nueva York. La Nueva York torrolesa que yo viví en la década después del landismo, cuando los rascaleches de La Nogalera aún no tenían desconchones y el drugstore era nuestro faro del día y de la noche. Era aquel Torremolinos muy canallita, muy chic... aquel Torremolinos que, como ha recordado nuestro Alfredo Taján en prosa pregonera, tuvo un peso específico en la literatura sobre la que acabó escribiendo hasta mi amigo Dragó.

En aquel Torremolinos hacían exposiciones galeristas que se parecían a un videoclip de Bowie mientras que en Pedregalejo -lo recuerdo- aún había un mulo atado a una pared de un Calayo cabezón y cejijunto. En aquella ciudad de rascacielos había unas escaleras mecánicas que hoy no llevan a ningún lugar pero que, entonces, descendían a la mejor música disco que se pinchó en España: la misma música que se saca de la manga el gran Carlos Herrera en su 'Radio Carlitos'.

Uno veraneaba en Torremolinos, y ese paraíso perdido me lo han robado entre Lizardo y Gervasia. Pero habrá más resurgimientos míos en esa ciudad en la que aprendimos -indefectiblemente- que la vida podía ser divertida. El pinar reseco y bello, y el largo tobogán acuático en aquel mejor verano.

Y, con todo eso, ocurre que la feria de San Miguel es un poner el fin a un verano que nunca acaba del todo, pues que incluso en los eneros más pelones se agradece echar unos vinos en las recurvas que bajan a la Carihuela. Si ha ido cambiando la Costa del Sol, con sus trapicheos cesáreos y con su buena gente, Torremolinos ha sabido conservar milagrosamente ese alma de zona 0 del mundo, o al menos de Europa. Fue una suerte de Tánger cuando la propia Europa ya no estaba en guerra: y así se vinieron beatles, princesas, la Costa Fleming que bajaba a broncearse y hasta otras personalidades con las que no traté demasiado.

Vuelvo a acordarme del pregón de Taján a San Miguel Arcángel, que me ha abierto las pupilas 'proustianas' del recuerdo del primer showarma, de la 'Princesa Astrid', de la tasquita del Toni y, siglos después, de lo de Antonio Macías en la parte castiza del Torremolinos de la otra orilla.

En Madrid sé que venden la 'movida' como el encuentro de España con el siglo XX, pero eso pasó en Torremolinos y mucho antes. Por Torremolinos nosotros, la ciudad, la provincia, aprendimos que estamos de paso, y en ese estar de paso vimos que nos podíamos tostar de sol y de cerveza, de anocheceres psicodélicos, de mexicanos puros que abrían hasta el alba. Aprendimos que en cada maleta podía haber un muerto, y por eso vivimos peligrosamente hasta que salía el primer Portillo rumbo a la cama mullida.

Torremolinenses y planetarios. Quedémonos con el pregón de Taján que sintetiza la ciudad mundial que no para: «Torremolinos ha sido y es un pretexto para realizar todo tipo de viajes, como si sus hoteles fueran catedrales, y sus personajes auténticas divinidades, Torremolinos invita a la peregrinación por causas que tienen más que ver con la concepción de la existencia como una travesía en la que todo está permitido». Eso.

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