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José F. Jiménez Trujillo
PROFESOR DE HISTORIA
Sábado, 22 de marzo 2025, 01:00
Faltan seis años. Y no se trata de una nueva línea de metro, del recurrente auditorio, del tercer hospital o de la reinvención de La ... Rosaleda. Puede ser aún más laborioso y complicado. Se trata de un cuadro.
En 2031 se cumple el bicentenario de un acontecimiento histórico que pudo cambiar la historia del país y que fue abortado definitivamente en nuestra ciudad. El general Torrijos y sus cuarenta y ocho fieles fueron fusilados de manera ignominiosa en las playas de San Andrés. Quisieron acabar entonces mediante un pronunciamiento con un régimen absolutista y recuperar las libertades que en su día se juraron sobre la Constitución de 1812. Hoy yacen, casi doscientos años después, en el corazón de la ciudad. Los turistas echan una rápida mirada al monumento de la plaza de la Merced camino de la casa natal de Picasso. Los malagueños lo reconocen en su memoria habituada, pero no es atrevido pensar que en su mayoría desconocen que tales protagonistas principales de la memoria democrática de este país descansan allí, a sus pies.
Es razonable pensar que en 2031 se celebrarán muchos actos en memoria de Torrijos y sus compañeros: exposiciones, representaciones en la calle, publicaciones, rutas guiadas en la ciudad y en la provincia debieran dar la proyección nacional que no tienen a quienes, como está grabado en su monumento, prefirieron «antes morir que consentir tiranos». Y no debiera tampoco faltar un cuadro.
En la sala 75 del Museo del Prado sobrecoge un lienzo de grandes dimensiones, el 'Fusilamiento de Torrijos y sus compañeros en las playas de Málaga'. Las circunstancias por las que Antonio Gisbert pintó este cuadro (1888), encargado por decreto del gobierno liberal de Sagasta, hacen de él un verdadero manifiesto nacional en defensa de las libertades, un efectivo ejercicio de propaganda democrática. En este sentido, la propuesta de una cesión temporal al Museo de Málaga sería un gran aldabonazo para conmemorar el año de Torrijos y para la proyección del propio Museo. Pero no será nada fácil.
Sí que fue posible hace cien años gracias a la colaboración inestimable del malagueño Ricardo de Orueta, Director General de Bellas Artes, tras la llegada de la Segunda República. Lució por poco tiempo en el Ayuntamiento de la ciudad y con singular éxito. En los últimos años se ha solicitado desde diversas instancias repetir la experiencia sin ningún éxito. Qué buen momento hubiera sido cuando el Museo del Prado en 2019 organizó la exposición 'Una pintura para una nación. El fusilamiento de Torrijos' y se hubiese podido prolongar en nuestra ciudad. Ocupaba sólo una sala, pero allí se paraba el tiempo.
Algo similar se debería contemplar en Málaga. Y aún de manera más completa. Pero la solicitud no puede ser sólo bien intencionada y, menos, solitaria. Trasladar un cuadro tan significativo dentro del itinerario de la pintura de historia del Museo del Prado y de tan grandes dimensiones -392,5 x 602,5 cm- tiene siempre un molesto «no» de entrada. Aunque a estas alturas, las consideraciones técnicas no debieran ser un problema para la exposición en Málaga. No parece que debiera ser mucho más difícil que traer a Madrid desde Chicago la impresionante 'Asunción' del Greco, ahora expuesta en el Prado; ni sufragar un menor coste en su seguridad frente a los 418 millones que garantiza el Estado para la próxima y gran exposición sobre Paolo Veronese.
La cuestión es otra. Precisamente, una cuestión de Estado. Ya lo fue su encargo, como se ha dicho. Por ello la solicitud para su exposición en Málaga debiera ser bien argumentada y solidaria de todas las instituciones locales, provinciales y autonómicas ante el Ministerio de Cultura y el Real Patronato del Museo del Prado. Argumentar bien significa tener detrás todo un proyecto expositivo y cultural, respaldado también por instituciones y asociaciones privadas, que justificase la conveniencia cierta de la exposición de la obra de Gisbert. El propio debate que generase el proyecto ya sería desde ahora un argumento más que plausible: hablar hoy de garantizar y luchar por las libertades exige más que nunca de los ciudadanos que sepan su precio; porque muchos no lo saben, o miran para otro lado -quizás para otras botas-.
Torrijos y sus compañeros sí que lo supieron. Su homenaje en 2031 tendrá en Málaga paradas bien conocidas, allí hasta donde alcance la vista desde las terrazas del Museo de Málaga: el convento del Carmen donde pasó sus últimas horas, las playas donde fueron fusilados, el cementerio de San Miguel -allí inicialmente enterrados- o el monumento de la plaza de la Merced. Sin olvidar el Cementerio Inglés en recuerdo de Robert Boyd. Pero ese homenaje cobraría su mayor sentido, al menos su mejor escenificación, en una sala principal del museo malagueño contemplando la obra extraordinaria de Gisbert, una obra ante la que es imposible no conmoverse. No sería exagerado entonces hablar de una peregrinación laica en la ciudad. Y, por cierto, brindaría una buena ocasión para conocer otras muchas obras cedidas por el Museo del Prado a nuestra pinacoteca, la más afortunada en el llamado 'Prado disperso'. Otro aliciente más.
Pero no perdamos de vista lo esencial. Los informes obligados para el traslado temporal a Málaga del cuadro en homenaje a Torrijos y sus hombres sólo serán bien resueltos si a los criterios técnicos se acompañan una contextualización adecuada, unas garantías de seguridad y conservación exigibles, y el mejor proyecto para la difusión de la obra. No es poco y aún faltan seis años. A fin de cuentas se trataría del retorno a Málaga de Torrijos y sus compañeros después de doscientos años. Ojalá que esta vez con final feliz.
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