En el entramado de la sociedad civil, las profesiones colegiadas desempeñan un papel esencial como garantes del bien común. Estas organizaciones, agrupadas en España bajo el paraguas de Unión Profesional, que representa a millones de colegiados de disciplinas diversas, son mucho más que entes reguladores. ... Constituyen un baluarte de la ética y los valores humanos en un momento histórico que, en muchos sentidos, pone a prueba nuestra capacidad para preservar la dignidad y la justicia.
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Un aspecto central de las profesiones colegiadas es su ejemplaridad, que no solo define su actuación, sino que guía a las generaciones más jóvenes. En un tiempo donde la velocidad y el éxito rápido parecen dominar las aspiraciones de muchos, los colegios profesionales son un recordatorio de que el compromiso ético y el esfuerzo sostenido son las claves para una vida profesional plena. Para los jóvenes que buscan orientación en un mundo lleno de incertidumbres, las profesiones colegiadas ofrecen un modelo a seguir, un faro que ilumina el camino hacia el servicio a los demás.
Esta necesidad de ejemplaridad resulta aún más acuciante frente al desolador panorama político actual. En el mundo asistimos a la emergencia de líderes que, en ocasiones, exhiben actitudes grotescas y comportamientos que evocan lo peor del siglo XX. Estos ejemplos negativos amenazan con desorientar a la sociedad, generando desencanto y una peligrosa normalización de valores que deberían ser rechazados. Ante esto, las profesiones colegiadas se erigen como una resistencia ética, un recordatorio constante de que la integridad, la educación, el decoro y el respeto deben prevalecer en todas las esferas de la vida pública.
En este contexto, resulta oportuno reflexionar sobre una de las sombras más antiguas del alma humana: el funesto e íntimo regocijo con la desgracia ajena. Grandes literatos como Alejandro Dumas, Honoré de Balzac, Víctor Hugo o Dostoievski retrataron en sus obras cómo, frente al dolor de los demás, la comodidad de la propia situación puede llevar a un consuelo perverso. En El Conde de Montecristo, cuya nueva versión cinematográfica acaba de ser estrenada en una de las plataformas televisivas, vemos, una vez más, cómo los personajes, en medio de sus conflictos, a menudo enfrentan no solo las adversidades externas, sino también la crueldad de una sociedad que encuentra alivio en sus caídas.
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Las profesiones colegiadas, en contraposición, nos enseñan a mirar el dolor ajeno no como un espectáculo, sino como una llamada a la acción. Entre todas ellas, la medicina simboliza este compromiso como ninguna otra. Los médicos enfrentan cada día las expresiones más crudas de la vulnerabilidad humana: el dolor, la enfermedad y, a menudo, la muerte. No lo hacen desde un pedestal, sino desde la cercanía, la empatía y una entrega absoluta que transforma el sufrimiento en esperanza.
Pero este esfuerzo no sería posible sin el marco ético y organizativo que ofrecen instituciones como Unión Profesional. Más allá de regular el ejercicio de cada profesión, estas organizaciones crean un espacio donde el compromiso con el bien común se convierte en el eje central de la práctica profesional. En tiempos de crisis moral, son una referencia imprescindible para recordar que las profesiones no son solo una forma de ganarse la vida, sino una manera de construir sociedad.
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Por otro lado, el papel de la burguesía, tradicionalmente asociada al confort y la estabilidad, también debe ser repensado. Su bienestar no puede convertirse en un refugio desde el cual contemplar pasivamente las dificultades de los demás, sino en una plataforma desde donde contribuir activamente al cambio. En este sentido, los códigos de deontología de las profesiones actúan como un puente entre los intereses particulares y las necesidades colectivas, defendiendo siempre la dignidad y el respeto como valores supremos.
El mundo actual, con sus desafíos políticos, sociales y éticos, necesita más que nunca de la guía de las profesiones colegiadas. Frente a la mediocridad de ciertos liderazgos y la banalización de valores esenciales, estas instituciones ofrecen una resistencia ética y un ejemplo de cómo construir una sociedad mejor. Nos recuerdan que la grandeza no radica en la comodidad de unos pocos, sino en la dignidad compartida de todos.
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En última instancia, el verdadero propósito de los colegios profesionales no es solo cumplir con su labor técnica, sino actuar como agentes de cambio. Frente al regocijo pasivo ante la desgracia ajena y los líderes que evocan tiempos oscuros, debemos representar una luz que guíe hacia un futuro más humano, ético y solidario.
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