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Hace tiempo que se echan de menos muchas cosas en política. La que más, que a los ciudadanos nos traten como adultos. El nivel de las últimas convocatorias ha ido bajando tanto que ya ni aspiramos a sesudos debates sobre los ejes que construyen cada ... programa –ojo que tampoco digo que los mítines se conviertan en ladrillos infumables–, pero tampoco es de recibo que últimamente los mensajes se queden en esos charquitos de barro que terminan por ensuciarlo todo.
Asumida la estrategia del 'y tú más' y del miedo al adversario –que vienen los comunistas, que viene la extrema derecha–, ya no hay campaña en la que no se saque punta a cualquier chascarrillo del que se tira-y se tira-y se tira desde un lado y otro.
El último ejemplo ha sido la tormenta por las puestas de sol en La Alhambra o en Finisterre con las que se lió el popular Alberto Núñez Feijóo y el correspondiente «tontopollas» (sic) que le soltó el presidente andaluz del PSOE, Manuel Pezzi. También hemos tenido resaca con Macarena Olona reinterpretada como nueva musa de Romero de Torres, o chistecitos poco afortunados con la violencia machista de telón de fondo en un mitin del PP. El altavoz de las redes sociales es el combustible perfecto. Pero el problema no es ése: es que los políticos asuman esas gracietas como parte del debate. Que no nos tomen como adultos, sino como tontopollas.
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