Secciones
Servicios
Destacamos
No sé ustedes, pero yo me he llevado la alegría de la semana -qué digo, de mi vida- al saber que Tivoli volverá a abrir ... sus puertas y, con ellas, las de la infancia de muchos. Porque si hay un lugar que sea patrimonio emocional de varias generaciones de malagueños, ése es el parque de atracciones de Arroyo de la Miel. Así que me he puesto sentimental y me ha dado por pensar en todo lo vivido en ese lugar mágico; que si era mágico era, precisamente, porque volvieras cuando volvieras, siempre estaba igual. Como cuando regresas a casa después de un largo viaje y te lo encuentras todo en su sitio.
Tivoli llevaba demasiado tiempo pareciéndose al barco fantasma que presidía el lago principal -el del al lado del restaurante chino, ¿alguien cenaba allí?-, mi atracción favorita porque siempre entraba con esa mezcla de emoción y dudas de ver si ese verano, ¡al fin!, había crecido lo suficiente como para hacer la cruz con los brazos y las piernas en el túnel que daba vueltas en la segunda planta sin caerme al suelo y que mi madre me regañara por hacer el ganso.
Recuerdo la primera vez que resistí cuatro vueltas, igual que cuando hace unos años, en ese mismo lago, hice el ridículo más espantoso -estoy segura de que habrá algún vídeo por ahí- porque mi hija pequeña se quería subir a una barquita y en su intento de (mal)llegar a una de ellas me tiré yo al agua para ahorrarle el mal rato. Así me pasé toda la tarde noche, hecha una sopa y oliendo a la gasolina que los motores de las barcas redondas y rojas dejaban en el agua.
En Tivoli también descubrí los crèpes y los gofres, y me hice mayor con mi tribu de primos reservando el 'pulpo' para el final de la tarde porque desde ahí se veían muy bien las actuaciones del auditorio. También me di cuenta de que odio las norias -da igual el tamaño- con todo mi corazón. De todas las demás atracciones, recuerdo cada bajada imposible, cada vuelta y hasta cada crujir de las maderas y las maquinarias.
Recuerdo, en fin, que el día de la visita a Tivoli era el único del año en que mis padres conseguían que mi hermano y yo durmiéramos la siesta «para ir descansados», o al menos para que nos metiéramos un rato en la cama y no diéramos por saco. Imposible, porque el nivel de excitación de saber lo que venía era similar al de una noche de reyes. Porque Tivoli era como la noche de Reyes, pero en verano.
Recuerdo el pasaje del terror, por el que pagabas extra sin disfrutar nada porque te pasabas todo el rato con los ojos cerrados y corriendo entre las paredes negras para que aquello acabara pronto. O la montaña rusa, que no es que cada año fuera más pequeña, es que cada año yo era más grande. También los besos adolescentes en el gusano loco cuando se echaban los toldos y todo se quedaba a oscuras, hasta que el toldo se cayó de viejo y se acabaron las vueltas y los besos.
Recuerdo, ¡como todos!, la banda sonora, con la que bailoteabas a saltitos te pillara donde te pillara. Y me doy cuenta, amigos, de que llevo tres días con la melodía literalmente pegada a la cabeza, esperando la vuelta a ese lugar de la infancia... para seguir haciéndome mayor allí.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Marc Anthony actuará en Simancas el 18 de julio
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.