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Toda ciudad precisa de un bulevar sombreado, amable, un respiro entre el tráfico. Una ciudad es más ciudad cuando hay botellón con vino y queso, y hay una Alameda con sus perspectivas en verde: la primacía del peatón frente a los coches o los patinetes eléctricos.
Está bien lo de la Alameda, si bien la solería precisa de un poco de Historia, de capas sucesivas de aire y de polución para que el paisaje se haga más nuestro y nos acostumbremos a él. En realidad, el Eje paralelo al mar se va pareciendo a París, o a Niza, y así desde la plaza de la Expiración al Balneario. Y la ciudad se ha humanizado frente al río, con sus patos errantes, sus delfines legendarios y un olor como a gasógeno en ciertas noches.
La ciudad gana, aunque ahora ande en días de Baco y festivales entre Europa y el Mediterráneo. Porque después de la Feria habrá que disfrutar la Alameda, y recordar que hace no mucho las aceras eran una ratonera, y los socavones en cada parada del autobús. Y esa sensación asfixiante de humo de coche en las horas de mayor tránsito.
A Málaga le hacía falta un trozo de paseo, un jardín andante, una avenida que se desintoxicara de vehículos, estreses, infartos. Siempre que se piensa en la Alameda se nos vienen hemerotecas, abogados de larga minuta, otorrinos y bocadillos en una barra alargada, muy setentera. No obstante, la Alameda remozada no nos puede distraer de lo esencial, que es y viene siendo la cicatriz del Guadalmedina o las miasmas de esa parte de Pedregalejo que no se ve en las guías.
Pero yo si me veo en la Alameda que fue, me veo en los escaparates de la librería, o una Semana Santa con vencejos de la mano de alguien que quise. Y los paseos desocupados en Navidad, el año que cambiamos al Euro. Después ya veríamos las grúas, las manifestaciones, algún disparo, un accidente de moto y un autocar que se eternizaba.
Hacía mucho que no pasaba por una Alameda libre, como diría -o creo que diría- Salvador Allende. Hay memes que nos hablan de niños que ya son padres y que nunca han visto la Avenida de Andalucía sin obras. Eso...
La ciudad ahora luce en Feria, y yo que lo celebro con esta distancia necesaria que a veces hay que darle a la ciudad para que respire. Tanto ha cambiado, que a veces siento que la ciudad ya no es mi ciudad, y yo me voy perdiendo entre las calles traseras a la propia Alameda a esa hora que más suave es la noche, si es que cae noche sin terral.
Las cosas de la Alameda pudieron ser de otra manera, como deja intuir la última de Tarantino. Pero fueron como fueron, y así habrá que pasear una Alameda que pagamos todos con sus amantes y con sus detractores. La vida misma es la Alameda, sí, entre el río y Larios. Una Alameda a la que, como a todo lo nuevo, le va faltando vida y alguien que le escriba.
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