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Ayer se celebró el Día Mundial del Teatro, un género donde la vida es sueño y el mundo se refleja en un escenario entre telones, ... risas, gritos y susurros: Esquilo, Shakespeare, Wilde o García Lorca, comprendieron que una sociedad que no se refleja en el teatro, para llorar o para reír, no vale nada. En el fondo, los espectadores actuamos diariamente y los actores no son sino taumaturgos de un orden inverso. En cuanto a órdenes inversos: el pasado lunes fuimos a lo de mi amigo santafesino Carlo Brito, en Nerja, a comernos un asado.
Brito tiene una calesita en el jardín y siempre me subo a contemplar el mar desde un caballo inmóvil que desde hace tres décadas ha dejado de girar. Todos los años, por estas fechas, un grupo de 'sudacas' repetimos la hazaña, casi siempre con buen tiempo, aunque este marzo rezamos dos rosarios de los escolapios La Salle y Calasanz, por si las gotas seguían barriendo fundaciones. Pero este año, ¡ay! este año, los chinchulines y las mollejas se nos atragantaron cuando retransmitieron por Canal Internacional, y en directo, la marcha porteña del Día de Memoria por la verdad y la justicia -decenas de miles de personas avanzando por Libertador- que nos recordó el fatídico 24 de marzo del 76, cuando una Junta Militar, la más cruel y sanguinaria de todas -detuvo y derrocó a Isabel de Perón, 'la mujer del látigo', que, por cierto, aún vive, recluida en una urbanización de Madrid, y guarda silencio sepulcral sobre su discutido mandato de la mano de López Rega, alias El Brujo, ministro de Bienestar Social y factótum de la organización paramilitar de extrema derecha TRIPLE A, precursora en ejecuciones antes de llegar la laucha criminal. Aquella Junta Militar -hijastra del Plan Condor- secuestró ilegalmente, torturó, asesinó e hizo desaparecer a treinta mil argentinos, que ahora el gobierno de Milei pone en cuestionamiento, no sólo la cifra -mantiene que no llegaron a diez mil- sino también el contexto de guerra contra la subversión.
No olvidemos que aquel marzo de 1976 la sociedad argentina pedía la intervención militar, cansada de la debacle del peronismo -movimiento socio-militar impropio, mimético, falsario, oscilante, engendro del GOU (Grupo de Oficiales Unidos) y de las charlas radiofónicas populistas de Eva Duarte, antes del Luna Park-. Pero los milicos, siete años después, llegaron al pozo máximo del desprestigio tras la derrota por la recuperación de Islas Malvinas, el fracaso de los ajustes económicos drásticos, el desastre cambiario, y la sangre de los torturados que brotaba todavía en la Escuela Mecánica de la Armada -la ESMA, flor negra de la masacre-. Vuelta a empezar, pero este año, vaya año, en la conversación posterior predominó el silencio hasta que decidimos regresar cabizbajos a casa.
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