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FRANCISCO J. CARRILLO
ACADÉMICO CORRESPONDIENTE DE LA REAL ACADEMIA DE CIENCIAS MORALES Y POLÍTICAS
Lunes, 10 de febrero 2025, 01:00
Con la llegada de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos de América, emerge el trazado de una nueva política internacional y nacional. Pero mucho antes de que Trump ganase las elecciones por estricta vía democrática, las sociedades estaban evolucionando al ritmo ensordecedor ... de las nuevas tecnologías, de la Inteligencia Artificial, de las guerras con una de ellas en el corazón de Europa, del sorprendente expansionismo comercial de China en pocos años, de la consolidación del polo de poder al que se le llama BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), que multiplica no sólo adhesiones con Etiopía, Irán, Indonesia, Bielorrusia, Bolivia, Cuba, Kazajistán, Malasia, sino también asociados con Nigeria, Tailandia, Turquía, Uganda, Uzbekistán y Vietnam. Los BRICS se integran como una alternativa al G7 (Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido).
En los sumideros de la política encontramos datos inquietantes. Uno muy relevante es el grave retroceso en la lucha contra la pobreza en el mundo. Según el Banco Mundial, el 44% de la población del Planeta subsiste con menos de 6,50 euros al día. Casi 700 millones de personas viven hoy con menos de 2,00 euros al día, y se prevé que 7,3% de la población mundial se encontrará en pobreza extrema en 2030. Las perspectivas no son nada alentadoras para la estabilidad y paz universal, a lo que hay que añadir una pauperización de las clases medias en los llamados países desarrollados, atrapados en una globalización económica y financiera con una presencia cada vez más intensa de los grandes grupos de inversión transnacionales que no se eximen de las prácticas especulativas.
Al Estado del bienestar lo ha sustituido una enorme burocracia estatal que dejó sin expectativa de vivienda a la mayor parte de la juventud (elemento altamente desestabilizador). Habría que preguntarse quién manda en el mundo y quién manda en realidad en los llamados países soberanos. En las grandes potencias democráticas, en particular en los Estados Unidos, mandan los poderes fácticos de los grandes 'grupos de presión' (sea con gobiernos demócratas o republicanos); en los otros grandes, con economía de Estado y poderes autocráticos, manda el Partido (es el caso de China) o las redes de poder en torno al presidente (es el caso de Rusia).
Para 'proteger' esas estructuras de poder, se reitera el recurso a la imparable carrera armamentística con la perspectiva, cada vez más nítida (sobre todo, en Estados Unidos y en China) de una renovada 'guerra de las galaxias' (Elon Musk es un destacado animador) que tendrá un importante componente comercial, para lo que ya se están abriendo nuevos mercados, sin excluir el del enriquecimiento del uranio (ya hay demanda por parte de Arabia Saudita y de otros que de momento están embozados).
Ante estas fuertes corrientes en los sumideros del poder, se constata las reacciones al retorno a las soberanías y a las fronteras nacionales; el cuestionamiento del multilateralismo y un horizonte en el que primará el sálvese quien pueda, con un retorno de los nuevos poderes a la filosofía naturalista que formatee unas nuevas 'recetas' cargadas de tradiciones clásicas que desmantelen, por las buenas o por la malas, el wokismo, la 'ideología de género', y que impulsen, desde la diversidad, a la pareja hombre-mujer como elemento básico de la 'nueva sociedad', reproductora al tiempo que transmisora de valores que sustenten la cohesión social. Se tiene la impresión de la evidencia de la Ley del Péndulo.
Con más de setenta países gobernados por autócratas, la tarea de democracia y libertad no es nada sencilla en este nuevo contexto que desea desarrollar el presidente Trump. Porque es inconcebible una relación de fuerza a nivel mundial, con sus seguidores y conversos 'nacionales', sin que se incluya la 'diversidad de modelos democráticos' de convivencia, así como la coexistencia pacífica entre los polos de poder, de Estado o fácticos, que se están consolidando en el mundo. ¿Seguirá siendo válida, como denominador común, la Declaración Universal de los Derechos Humanos?
Cierto es que en las corrientes que fluyen en los sumideros del poder (y de la historia) no solamente hay potentes fuerzas económicas y financieras revestidas con el nombre de 'grupos de presión' o fondos de inversión incluidos los soberanos, sino también el malvivir de un porcentaje importante de la población mundial. Y, en paralelismo silencioso, las armas híbridas del terrorismo que bucea en río revuelto y arraiga en los caldos de cultivo de la ignorancia, la pobreza, el fanatismo e, incluso, en la manipulación de textos sagrados.
Esta guerra híbrida no se gana desde las galaxias ni se elimina con el mercadeo. Al ser el terrorismo un fenómeno mundial (que incluso llegó al poder en Siria sin derramamiento de sangre), la solución tiene que ser también mundial, al igual que la eliminación de la pobreza. Y aquí juega un papel determinante la cooperación multilateral (mejorando los mecanismos actuales), como en tantos otros campos: la salud, la energía, el agua, la circulación de alimentos y, sobre todo, la generalización de la educación y las tradiciones no bárbaras sin manipulación ideológica. El gran objetivo: superar la polarización a nivel mundial, así como la polarización a niveles nacionales. De ello depende la supervivencia de la especie en el bien común, la sanidad mental y la dignidad de cada persona. ¿Es esto lo que desea el poder establecido?
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