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Losacontecimientos, la realidad, son como nos parecen, o quizá no. Hoy, ante una pandemia así declarada por la OMS, hay un análisis compartido que describe lo que hay y otros muchos más. Desde los que todo lo niegan, exponiendo que nada es lo que se dice, hasta aquellos que asisten con auténtico pánico a este estado de cosas que ha llevado a pueblos y naciones a cerrar. ¿De verdad creen que es norma general y atinada dar un parte diario de número de contagios, brotes, hospitalizados y encamados en uci? y ¿qué me dicen de acumular el número de contagiados, cada día, dando la cifra total de éstos desde la aparición del virus? Es como una guerra en la que a diario se actualiza la contabilidad de bajas, número de batallas perdidas y plazas conquistadas por el enemigo. Amarillismo catastrofista. Atendiendo al catálogo cotidiano del aumento de ésta y aquella magnitud, la moral de los combatientes se resiente irremisiblemente.
Desde el polémico inicio en España de esta fase de nuestra vida, con la expansión de un virus desconocido que colapsó las urgencias hospitalarias primero y las morgues después, hasta ahora, se exhibió la elección de la salud antes que la economía y no hay duda. Pero nunca hay que olvidar que hay que tener recursos para preservar esa salud, para tratar y medicar a los enfermos. Es fácil decirlo, pero a la vista está que no supimos apuntalar nuestro sistema productivo para evitar el fracaso del empleo y la actividad económica, que no es cosa de bancos y Hacienda. Se trata de nuestra vida, la forma de ganárnosla y ser capaces de atender las necesidades sociales, familiares e individuales.
Empeñados como estábamos en cerrar definitivamente la crisis económica anterior, recuperando el número de puestos de trabajo, incrementando exportaciones, etc. el cierre del estado de alarma y el confinamiento vinieron a secar las fuentes de la prosperidad aún antes de haber sido capaces de acumular músculo o reservas. Para colmo de males, el linimento que todo nos lo ha curado durante estos años, el Turismo, esa actividad de la que decimos que representa entre el 11 y el 13% de nuestro PIB -en realidad mucho más, por la implicación indirecta pero cierta de todos los sectores-, se ha derrumbado por completo. Fracasaron incluso los famosos «corredores seguros», inopinadamente ofrecidos por Exteriores sólo para las islas -Baleares y Canarias-, mal apoyados y sin que la diplomacia entablase una auténtica ofensiva para reforzar la propuesta, su conveniencia y oportunidad. Fue dramático conocer que los países de nuestro entorno, nuestros socios, los países emisores de turistas, recomendaban expresamente a los suyos que no vinieran a España, prohibiendo vuelos y decretando cuarentenas para aquellos que volaran desde nuestro país. Finalmente, ha fracasado también septiembre, ese septiembre atípico en el que llegamos a creer, con muchas reservas y previsiones extraordinarias; se lo llevó por delante la segunda oleada.
Las vacunas, alzadas en el horizonte como la gran solución, siguen su curso en un contrarreloj emocionante y a veces amargo. Hay que desterrar el pánico y abordar con realismo las acciones para preservar la salud y, al tiempo, mantener e incrementar empleo y economía con decisión e inteligencia. Permitir que España se derrumbe perdiendo el tiempo en batallitas internas es una terrible locura cuya primerísima responsabilidad reside en el Gobierno. Las cosas son como son, pero son muy mejorables.
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