José M. Domínguez Martínez
Catedrático de Hacienda Pública de la Universidad de Málaga
Lunes, 17 de febrero 2025, 01:00
Existe una tendencia generalizada, en casi todos los ámbitos y sectores, a idolatrar al presupuesto. La posición de una entidad, pública o privada, con o ... sin vocación mercantil, se valora en primer término en función del presupuesto de gastos que maneja. La maximización del presupuesto como objetivo no sólo es una teoría aplicable en el campo de la administración pública propugnada por algunas escuelas de pensamiento económico, sino que es también perceptible en la esfera de la gestión empresarial. La magnitud del techo de gastos marca la potencia de fuego de cualquier unidad productiva, y condiciona el alcance y la intensidad de su actuación.
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Ahora bien, aun siendo innegable la importancia de contar con dotaciones dinerarias para desarrollar una actividad, lo verdaderamente relevante no es tanto la cuantía de tales fondos como los factores que están disponibles, los bienes y servicios que realmente se producen, así como los resultados y las consecuencias que de ellos se derivan para el conjunto de la sociedad. Así, por ejemplo, no sólo debe atenderse a lo que se gasta en sanidad, educación, justicia, o seguridad, sino también a la cantidad y a la calidad del desempeño en estas áreas.
De ahí que sea conveniente adoptar una visión amplia que permita diferenciar las distintas fases de un proceso productivo: recursos humanos y materiales utilizados, actividades realizadas, productos obtenidos, objetivos materializados, y consecuencias derivadas. Así, a título ilustrativo, en un programa formativo cabría diferenciar los siguientes aspectos: número y perfil de los docentes, instalaciones y medios utilizados, sesiones impartidas, alumnos que han recibido instrucción, nivel de conocimientos adquirido, e incidencia en la capacidad de inserción en el mercado laboral. Ninguno de estos aspectos se expresa en unidades monetarias.
Es a partir de indicadores cuantitativos, no monetarios, como corresponde calcular la eficiencia de la unidad o de la organización consideradas, comparando los recursos utilizados (inputs) con el producto aflorado (output). Evidentemente, la disponibilidad de fondos presupuestarios permite, al menos teóricamente, procurar una mayor cantidad de recursos y que sean de elevada calidad, pero el resultado obtenido depende, además de los recursos efectivos, de su grado de aprovechamiento, y de la gestión que se lleve a cabo. Son eficientes aquellas entidades que son capaces de conseguir más con los mismos recursos, o bien que obtienen un mismo resultado utilizando menos recursos. Por supuesto, adicionalmente, la expresión de costes y beneficios en términos monetarios es absolutamente imprescindible para el análisis económico y contable.
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También en el mundo del deporte es aplicable el anterior enfoque. Aun cuando hay una inclinación a comparar los distintos clubes en función de la magnitud de los presupuestos, sería ilustrativo poder disponer de algún indicador sintético representativo de las dotaciones efectivas del capital humano, así como de otro informativo de la gestión deportiva. La traducción del coste incurrido en resultados depende de qué perfil real de jugadores se consigue, de cómo se gestionan, y del rendimiento obtenido a partir de las estrategias y tácticas aplicadas. Naturalmente, hay que contar también con la influencia del entorno y del azar.
En España, la Ley Orgánica 2/2012, de Estabilidad Presupuestaria y Sostenibilidad Financiera (LOEPSF), recoge expresamente que «La gestión de los recursos públicos estará orientada por la eficacia, la eficiencia, la economía y la calidad, a cuyo fin se aplicarán políticas de racionalización del gasto y de mejora de la gestión del sector público». Diversos estudios ponen de relieve que, en la práctica, existe un considerable margen para un cumplimiento ajustado de esas acertadas directrices.
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El precepto transcrito de la LOEPSF constituye una guía imprescindible para encauzar la gestión tanto en el sector público como en el privado. Los principios de economía, eficiencia y eficacia sí que merecen una idolatría a prueba de herejías. El primero nos dice si el dinero disponible se ha empleado bien. A veces, las diferencias en los recursos reales son menores que las existentes entre los presupuestos. El segundo, si se ha hecho un buen uso de ellos; y el tercero, si se logran objetivos adecuados.
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