El Carmen. Sin procesiones, otro año más, pero la fe intacta de las gentes de la mar que quizá, como recordaba Manolo Alcántara, ni supieran ... nadar. Rememoro desde la distancia aquellos días que olían a espeto, a chancla, a felicidad. Los trajes de marengo en mi barrio, que ese día sí tenía ambiente. Y luego cómo quedaba el Paseo Marítimo, perfumado y bendecido. Como ha de ser y como será, que hay que tener fe.
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La Carmen. Voy y vengo pensando mucho en lo del cambio ministerial. Si la semana pasada me preocupaba mucho qué podía pasar con Ábalos, hoy me ha dado por preocuparme por Carmen Calvo. Qué hará con sus feminismos. Acaso ahora, a la distancia, piense mejor eso de erradicar la presunción de inocencia. No sé.
La mina. El maestro Agustín Pery me mandó a las cuencas mineras asturleonesas. Y pude ver la unión macho, la solidaridad entre hombres. El todos a una sin distinción de mugas. Habríamos, y haríamos muy bien de aprender de los mineros. Al menos como país.
Cela. Leo en estos días de insomnio, cuando la tolerancia al orfidal es tan alta, a Camilo José Cela. Del Miño al Bidasoa, la Alcarria revisitada... Con Cela se disfruta el camino, y la ansiedad vital se hace más llevadera. Hay que andar, ir, ver y contar. En Cela gusta ese humor carpetovetónico que parece que se ha perdido en la España de Rociíto.
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Legionarios. Un grupo de sabios legionarios, veteranos del tercio, me invitan a cenar. Guillermo Rocafort, uno de los cabecillas, me regala un libro de los almogávares. Se pasa bien con gente tan brava y tan culta. La historia militar dice mucho de nosotros mismos. Y por eso hay que leerla sin apriorismos.
Cuba. Cuba pide libertad a gritos. Ya no se puede justificar más la infamia, ni el exotismo que viene bien venteado por gente de la izquierda. Es insoportable lo que pasa en el país hermano. Anduve en la embajada, en el madrileño paseo de La Habana, y sentí miedo, pero también esperanza por tantos cubanos que dicen que basta, que ha de llegar la democracia. Que se vaya el caimán y que no sea, como hasta entonces, por mera ley biológica.
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Zarzuela. Javier Recio, barítono de raza, me ha regalado su amistad y su amor por el género chico. En nuestra ópera está todo: nuestros deseos, nuestros temores, nuestros personajes populares. Es un gusto sentirse identificado con toda una cultura musical. Y sin la altivez de muchos melómanos.
La vacuna. Al fin me vacuné, y el brazo de marras se me quedó como pata de ciervo envenenado. Tengo taquicardia y cansancio, simultáneas, si la contradicción sintomática es admisible. Creo que hasta me han encogido los gemelos. La media inmunidad era esto: el cuerpo para el arrastre y el bicho aún fuera.
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