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Utilizamos el título de la famosa película 'El show de Truman', que convirtió en estrella a su protagonista, esa inefable máscara que esconde a Jim ... Carrey, para abordar a uno de los más importantes escritores norteamericanos del siglo XX, un tal Truman Capote (1924-1984), del que el pasado 30 de septiembre se celebró el centenario de su nacimiento en Nueva Orleans, en el estado de Luisiana. Capote unió al mito de su espinosa biografía, digamos operística, el de su nacimiento en la mágica ciudad de los mangles arrasada por el Katrina y su intensa amistad, casi indestructible, con la autora de Matar a un ruiseñor, Harper Lee, que fue su vecina durante años en una pequeña ciudad de Alabama, cuya luna iluminó a ambos, tanto en estilo como en la llagas intocables en Estados Unidos: injusticias socio-políticas de toda índole provenientes de sexo, color de piel, carencia de dinero y/o educación, tráfico de influencias y corrupción política.
No sé lo que hubiera escrito Capote, de haber sobrevivido, sobre el huracán Katrina, pero aquella tragedia constató lo que el autor de 'Desayuno en Tiffanys', 'El arpa de hierba' o 'A sangre fría', entre otras catedrales de la narrativa mundial, venía anunciando en sus novelas desde el principio de su carrera: que la mentira social de las clases altas americanas sólo podía vencerse fabulando, identificándose con ellas y destruyéndolas desde dentro; y así lo hizo en 'Plegarias atendidas', donde subrayó el abismo entre ciudadanos de primera y de segunda clase: los vampiros desprotegidos de 'True Blood', la succión yugular como última salida. Se da la circunstancia de que la no ficción inaugurada por Capote en 'A sangre fría' es más ficción que sus primeras obras, perfectas también, porque anegó las orquídeas y el glamour de sus damas, a las que traicionó, en champán y sapos, fauna de las apestosas alcantarillas neoyorkinas donde los cocodrilos amarillos se mezclaban con los detritos de los agentes de bolsa cocainómanos de la Quinta Avenida.
Un mundo pestilente desde arriba, el que se vende en Tiffanys a precio de oro, y repugnante desde abajo. El Brooklyn donde residió Truman, por ejemplo, tenía muy poco que ver con ese otro Brooklyn nocturno en que peligrosos fantasmas tientan a sus vecinos al caer la noche. «Soy alcohólico, drogadicto y homosexual: soy un genio», exclamó Capote ante la prensa mundial, sin importante un prestigio en el que no se hallaba su persona ni su personalidad, sino la capacidad, a través de sus creaciones literarias, de estremecer a sus fieles lectores, aquellos que le siguieron en la montaña rusa de su literatura, cuyo creador vivía en los extremos. Del infierno al paraíso, pasando por 'La Côte Basque'.
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