Lo malo de buscarse un seudónimo guapo y una personalidad ficticia es cuando llega el momento, generalmente cutre, de la revelación. Veo en los periódicos una foto de, según reza el pie, «el hombre que podría ser Banksy» y parece un fontanero que se gana ... unos eurillos haciendo chapuzas. Las pesquisas del 'Daily Mail' conducen a un tal Robin Gunningham, de 49 años, cuyos compañeros de escuela dicen que ya de pequeño se le daban bien los rotuladores. Si esa tesis se confirmara, habría que temer un posible hundimiento de la cotización de sus obras en el mercado del arte. De pronto, el artista más popular del siglo, el icono de los grafiteros, se convertiría en el típico inglés que bebe cerveza y compra chocolatinas en el Seven Eleven.

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En materia de revelaciones identitarias, a mí me divirtió más saber que Carmen Mola era en realidad una joint-venture de tres maromos y me reí mucho cuando retiraron sus novelas, con gestos de enorme decepción, de una librería especializada en literatura escrita por mujeres. ¡Ese sí que fue un golpe maestro contra la biblioteconomía! Desde entonces fantaseo con la posibilidad de que bajo el seudónimo de Elena Ferrante no se esconda la habitual profesora de instituto sino el colegio cardenalicio al completo o al menos un trío formado por Belén Esteban, Victoria Beckham y Britney Spears, por citar tres escritoras célebres con obra publicada. O incluso, lo que sería aún mejor, una señora que en efecto se llamara Elena Ferrante, viviera en un piso de Nápoles y llevara veinte años sin dar crédito a lo que le pasa, esperando pacientemente a que suene el teléfono y algún periodista pregunte por ella.

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