Cuatro años mal contados dan para mucho más de lo imaginable. Derogar la sedición para directamente favorecer la posición de los principales dirigentes independentistas es tan grosero como parece. Presentar esta iniciativa legislativa como proposición de ley evita los trámites –parece que penosos– del informe ... respectivo del Consejo de Estado y el correspondiente del Consejo General del Poder Judicial. Se trata de informes no vinculantes, pero obligados en el caso de tratarse de un proyecto de ley, que sería lo normal. Es una forma de acelerar la entrada en vigor de este plan diabólico e indigno y también de evitar la aparición de memorándums técnicos que los autores de este plan prevén negativos. Todo coincide en un enrarecido ambiente político cargado de acciones, ninguna inocente. A saber, la campaña de escarnio contra Núñez Feijóo, la huelga sanitaria de Madrid –que daría para mucho por su política argumentación–, el sello conmemorativo de Correos rojigualda y morado de la hoz y el martillo y la falsa armonización europea de la sedición. Por cierto, un delito regulado en el código penal de 1995, no en 1822, como miente Sánchez. Todo esto da para una novela gorda tipo 'La guerra del fin del mundo', de Vargas Llosa, y quien sabe qué más.

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Ante este estado de cosas, cunde el desconcierto en las propias filas socialistas y la desazón en el resto. Es muy triste ver al presidente del Gobierno apostatar una y otra vez de sus expresos compromisos y más aún de sus deberes. Es dramático asistir al debilitamiento de los resortes del estado producido a conciencia y a cambio de treinta o cuarenta monedas de indignidad y mentiras. El tiempo se acaba, lo que hoy puede ser más de un año –que se antoja largo, difícil y cojitranco– va a pasar enseguida y, aunque traiga más males, su fin está cerca y será inmisericorde con una endiablada mayoría parlamentaria inexplicable y suicida.

No pregunten qué más nos puede pasar. Sánchez, antes de irse, puede traernos el cuestionamiento material de la Monarquía Parlamentaria o cualquier otra especie inconstitucional que le venga a su interesada y egoísta mente con los subterfugios y las trampas más inesperados. El «gobierno de la gente» es un gobierno roto, sólo unido por el pegamento al poder y por su diversa –a ratos contradictoria y enfrentada– ansia de imposición de modelos y caprichos sociales indeseables para la inmensa mayoría. De momento, los golpistas de la secesión catalana, condenados e indultados, obtendrán un injusto e intolerable sobreseimiento absoluto al rebajarse o desaparecer la aparejada inhabilitación al tipo penal a derogar. Si, además, los rumores acerca de rebajas en la malversación de fondos se cumplen, algunos –de otra casuística– se librarán de la prisión y, desde luego, los fugados de Waterloo verán diseñar y coser el traje legislativo que más les convenga. Este tropel es un paquete completo, es el truco elaborado y poliédrico más finalista, vergonzoso y dirigido a conveniencia que ha visto la historia de las democracias occidentales. Los días de Sánchez se cuentan ya como los de una condena y no pueden durar.

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