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Los sabios

CITA EN EL SUR ·

Las enseñanzas posibles en la ciudad confinada

Pablo Aranda

Málaga

Sábado, 21 de marzo 2020, 09:49

En la desierta noche coronovírica malagueña, hay tiroteos. Tres hombres dispararon con armas de fuego contra la fachada de una casa en La Trinidad y, en la misma noche, se produjo otro tiroteo en La Palmilla. La policía no es tonta y sabe que cuando hay casquillos de balas y ruido de disparos se ha producido una balacera y acudió tan presta que ha detenido a los culpables. Se les podrá aplicar el agravante de salir a la calle en pleno plan de confinamiento. En el primer tiroteo un hombre resultó herido al asomarse desde la casa tiroteada para lanzar un ladrillo a los hombres que disparaban. Dejando a un lado el hecho de su insólita osadía, resulta sorprendente que tuviese un ladrillo a mano en el interior de la casa. En el patio de la cárcel, que es particular, una vez salga del hospital si no contrae el bicho, que es más particular todavía, podrá reflexionar sobre ello. Entre los aplausos, las caceroladas y los tiros aquí no hay quien duerma. Durante el día el panorama no es mucho mejor y vamos sabiendo que nuestros profesionales sanitarios siguen trabajando sin las medidas de protección suficientes ¿cómo es eso? Sería cruel y destructivo afirmar que no tenemos sino lo que nos merecemos, como viene a decir alguno, pero es cierto que cuando todo funcionaba había quien se asombraba de que así fuera. La convivencia, decía Carlos Fuentes, supone un pacto entre tribus. No se pueden romper los pactos así como así.

En realidad Carlos Fuentes no decía exactamente eso pero habrá quien me lo perdone. Estábamos cogidos por pinzas y se nos han caído todos los palos del sombrajo. Nos toca acatar órdenes con firme humildad. Siempre encontraremos a alguien en peor estado que el nuestro y debemos ser generosos. Algunos nos demuestran que podemos ser mejores personas. No me refiero a que no tiroteemos la vivienda del prójimo (que encima puede soltarnos un ladrillazo) sino a una solidaridad doblemente íntima y universal. El hombre es un bobo para el hombre, y a veces la mujer también. Todos somos hermanos. Bueno, todos todos no. La cajera de un supermercado, en primera línea de fuego, reprendió a un cliente que trataba de comprar nueve docenas de huevos. Si los huevos se vendieran por decenas las cuentas serían más fáciles, aunque no se trata de eso ahora. He atravesado las calles de mi ciudad vacía con un salvoconducto que los agentes escrutan y luego asienten. En el severo intercambio de miradas ambos comprobamos que pertenecemos al mismo bando. Me temo que a muchos se les olvidará todo esto cuando pase, sin embargo otros serán más buenos, que es una buena manera de ser sabios.

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