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El 10 de mayo de 2017, el Pleno del Senado votó favorablemente proponer a la UE que la Agencia Europea del Medicamento se estableciera en Barcelona, 236 votos a favor, 2 en contra y 15 abstenciones. Ese día, una vez más, los españoles decidieron vanamente ' ... matar a besos' a los independentistas. Finalmente, se eligió a Ámsterdam, la inestabilidad política catalana resultó determinante para el rechazo de su candidatura. Pero de nuevo pudo constatarse la persistencia tradicional de premiar a Cataluña siempre y en todo caso, pase lo que pase. Cualquiera que repase la historia de los dos últimos siglos comprobará cómo se ha superprotegido la industria, el tráfico portuario y las inversiones por el estado en Cataluña. Cuesta abordar este asunto, es doloroso y puede ser tildado de provinciano o algo peor, pero la Seat (empresa estratégica pública estatal) fue creada y erigida por decisión exclusiva, libérrima y a dedo de Franco, sin más y como muestra de todo esto y con las inmensas consecuencias de empleo y riqueza que todos conocen. (Por cierto, es importante desmentir el falso argumento nacionalista de la que la Seat se estableció en Barcelona por exigencias de Fiat, el dictador decidió lo que quiso). Hay que decir, no obstante, que la ubicación estratégica catalana junto al sur de Francia sí es un dato objetivo que le ha favorecido. A partir de ahí, Cataluña, habitualmente laboriosa e industrialmente pertrechada, reforzada de una población trabajadora recién llegada que dobló su población, ha venido abordando el presente con una envidiable musculatura social y económica digna de admiración. El cénit de su éxito llegó con las Olimpiadas de Barcelona 92 que, como la Exposición Universal de Sevilla, vino como proyecto de estado y a cargo del mismo.
Entre tanto la vida ha seguido su curso en el resto de España y se crearon empresas, se construyeron autovías y autopistas -mucho después de que se hicieran profusamente en Cataluña- y hasta llegó el AVE. La profunda modernización española llegó desde finales de los 80. La fabricación de automóviles en otras regiones, muchas nuevas empresas, los aeropuertos internacionales y el turismo, todo vino a traer un evidente y objetivo progreso que asombró a propios y extraños. Paradójicamente el nacionalismo catalán oficial pasó a quejarse del peaje de algunas de sus infraestructuras viarias por la gratuidad 'insultante' de las autovías expandidas a lo largo del mapa nacional. Y es que, en ciertos aspectos, la Comunidad Valenciana, Galicia, Andalucía, Castilla y León o Madrid y también otras, se han subido a las barbas del gigante catalán. Ese resto de España 'perfectamente' descrito a veces por algunos autores faltones y absurdos.
A besos, rodilla en tierra y abundando en la asimetría, el privilegio y la sobreinversión, no vamos a llegar a la concordia prometida de Sánchez. Pedir perdón por ser iguales o aspirar a serlo ni es adecuado, ni justo, ni solucionará nada más que la legislatura cogida con alfileres de un presidente que nos humilla y cuyos principios y límites son una sorpresa permanente que siempre está por escribir.
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