La roca colgante

No es fácil afrontar el nuevo curso político con una sonrisa, ni siquiera leve. Asistir al proceso de llenar de churretes nuestra democracia, nuestro mayor orgullo histórico, con las mentiras habituales -hasta con lágrimas y emociones fingidas- es realmente desagradable. Ello y la magnitud de ... las consecuencias que todo esto traerá, aún por ver e inventariar. Desde luego, Sánchez nos lleva al límite y ya van veces. Descorazona pensar que no parece haber antídoto para una amnistía, no sólo inconstitucional, sino absolutamente injusta.

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Lo cierto es que, en tanto la Princesa de Asturias jura bandera -en un acto tan emocionante como significativo, la heredera de la Corona, símbolo de la unidad y la permanencia de España-, Pedro Sánchez, pírricamente capaz de reeditar un Frankenstein agravado, emborrona la democracia española. Las engañosas palabras de los que pactan con los que quieren romper con la nación machacan la razón con insistencia y un desahogo repudiable. La supuesta «generosidad» para con los golpistas es pura y agresiva miseria para el resto de los españoles. Los pretendidos pasos para «favorecer la convivencia» son un impulso más en contra de la mayoría de catalanes y el resto de España, las víctimas de esta genuflexión del estado que sacrifica hasta la indignidad a la mayoría.

Y no se engañen, no hay más motivo para culminar esta bazofia de amnistía y referéndum -que también lo habrá- que la exclusiva conveniencia para culminar la ambición personal de un solo hombre, la persistencia en protagonizar una dilatada carrera política a costa de lo que sea. Junto a él personas, grupos y partidos, cada cual, con su propio interés y sus pequeñas cuitas individuales o colectivas, más secesionistas, supremacistas y exterroristas. Por un espacio corto, sólo unos milímetros electorales, se frustró un cambio que iniciara por fin el cambio de paradigma que los hechos demandaban con insistencia. No es bueno, no es sano ni deseable que el devenir de nuestro país se vea profundamente condicionado por espurios motivos -tan pequeños como miserables- arrasando con las elevadas causas que son y representan el bien común, la justicia y la igualdad de todos. Sufriremos este perjudicial episodio, pero también nos servirá para aprender, como siempre pasa con los los errores, hasta los más grandes. Revertir el daño producido y sus también dañinos efectos será el afán de la conciencia general nacional hasta conseguir materializarlo. No está en franquicia el espíritu colectivo que nos alumbró para surcar los mares y descubrir continentes, la gloria que nuestra empresa intemporal fue capaz de escribir en la historia, ni mucho menos la voluntad decidida de alcanzar la democracia constitucional que nuestros padres y abuelos nos legaron.

Los días pasan y, aunque la investidura de Sánchez aún no tiene fecha -en otro anómalo ejercicio de arbitrariedad contrario al respeto a los ciudadanos, a las instituciones y a la ley- todo llegará antes de que finalice noviembre. La coalición pretendida, tan variopinta como dispersa, se verá salpicada de desafecciones parciales casi de inmediato, la ideología variable y a ratos incompatible de unos con otros se hará notar en según qué momentos. No será beneficioso ni fácil y tampoco podrá durar. España estará esperando.

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