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Luz tierna de cielo, frío alegre que esconde la noche, belleza sin espejo. Olivar de verde sueño, pastores vestidos de luna, rebaño sin tristura. Gruta ... con corazón de piedra, pesebre sin espinas, pañales sin hebra. Mula sin prisa, buey con pausa, ángeles juguetones con San José en camisa. Sabed todos lo que la estrella más alta ya avisa. La Virgen María, alba clara y nueva, su paz declara y el tiempo nuevamente detiene, mostrándonos a Jesús recién nacido, mientras a todos nos sostiene.
Metales que suenan en tercera menor, quinta y nominal. Es Belén, campanas de Belén. Mirad como los peces en el río beben y vuelven a beber por ver a Dios nacido. Los pajarillos cantando y el romero floreciendo. Ande, ande, ande, la marimorena.
Ande, ande, ande que es la Nochebuena. Pastores, venid, pastores llegad, para ver al Niño que ha nacido ya.
La Navidad es el camino más corto para reconocernos. La alegría como elección. La niñez como patria. La inocencia como refugio. La vulnerabilidad como fortaleza. La contradicción del día con lo eterno como dilema. El amor como destino. Estos días de noches largas y soledad compartida nos susurran al oído la verdad con la que nos identificamos. La vida se escribe desde la sencillez que aspira a la grandeza.
La actualidad viste con ropajes que distorsionan su contorno real. La hacen irreconocible a ojos del humilde. Confunde al generoso y eleva al impostor. Por eso es tan importante regresar una y mil veces al espíritu navideño. Las batallas hay que librarlas en el zurrón de cada uno. La auténtica sabiduría no está en la sofisticación, sino en la capacidad de seguir asombrándonos por las cosas simples y esenciales. Decía G.K. Chesterton que «el mundo entero se ha cansado de las cosas viejas, excepto de la alegría de ser un niño.» La Navidad apela al niño que cada uno de nosotros seguimos llevando dentro. No envejece nunca. Se convierte en el rincón exquisito de nuestra vida. La buena nueva no podemos despacharla con palabras vacías, sentimientos pobres y deseos indignos. No empieza ni acaba en una mesa ni en un regalo envuelto. Nos sorprende y nos aprehende. Cada año tenemos la oportunidad de encontrar el camino de regreso cuando diciembre se apaga. Renunciar a la belleza de lo auténtico no es sólo un error sino una condena a una vida a ras del suelo. En Belén, lo eterno se hizo más presente que nunca.
Por eso es necesario recuperar los primeros versos de Second en su «Rincón exquisito»: relatar el principio, no puede ser tan complicado. Feliz Navidad a todos los que me leen y a los que no lo harán nunca.
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