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La semana pasada intentaba en esta columna resaltar que en el debate economía/salud, las dos van de la manita y mal nos irá si pretendemos hacer correr a una más que la otra, ya que el costalazo será de miedo. Necesitamos prosperidad económica para crear y mantener el empleo, el bienestar en una sociedad culta, plural y libre y los sistemas de protección social que pongan coto a la pobreza y a la exclusión. Para todo lo anterior, las empresas en sus más variadas modalidades (autónomos, sociedades, grandes, pequeñas) son imprescindibles ya que en última instancia son las que generan empleo y, no nos olvidemos, hechos imponibles para la recaudación tributaria que mantenga los servicios públicos, siempre necesarios y más ahora con la crisis. Leo y escucho continuamente en algunos líderes políticos y empresariales que los enemigos de las empresas son el exceso de regulaciones y la llamada 'burocracia'. Como jurista, tengo como oficio el estudio e interpretación de las normas en el caso concreto, y por eso soy consciente que nuestro ordenamiento jurídico es manifiestamente mejorable, que a veces se legisla mucho y mal y que no se puede negar que existen trámites y exigencias que deben cambiar o incluso desaparecer. Pero dicho lo anterior, a los empresarios serios les conviene la seguridad jurídica que ofrecen las normas bien redactadas (muchas o pocas) así como los controles que de la aplicación de las mismas hagan las administraciones públicas. He conocido (y sufrido) en mis años mozos a orondos delincuentes que quisieron eliminar controles y aplicar sus 'técnicas' de empresas a lo público cuando lo único que buscaban era saquear lo que es de todos. La ausencia o insuficiencia de normas y controles no benefician al buen empresario, al contrario, son el paraíso terrenal de los golfos que tiran el nombre de la empresa por los lodos de la corrupción y el ventajismo ajeno a la sana competencia.

Es la hora de la valentía y de retratarse. Como destinatarios de bienes y servicios (que lo somos todos) e incluso los que puedan y quieran, en su papel de potenciales inversores, tenemos la oportunidad de premiar a aquellas empresas que arrimen el hombro en estos momentos, no solo creando riqueza y pagando religiosamente los impuestos y los salarios (sus principales obligaciones), además, comprometiéndose con el empleo estable y digno de sus trabajadores y con un mundo más justo y sostenible. En muchos ámbitos contratar con uno u otro es libre, ejerzamos esa soberanía.

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