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Tras una Semana Santa difícil por segundo año consecutivo, sin procesiones en las calles, sin visitantes ni aglomeraciones humanas de ningún tipo, hoy se celebra la Resurrección de Cristo, su victoria sobre la muerte. El gran símbolo humano del resurgimiento, de volver a ser, de ... recuperar la vida, el mundo perdido. De nuevo la expresión de alegría por haber vencido a la muerte ha de quedar en sólo un acto íntimo y personal, pues salir a manifestarlo en las calles está prohibido y la procesión -esta vez como nunca- irá por dentro. La ruptura temporal de la plasmación material de nuestras tradiciones encuentra poco consuelo porque, mientras, el tiempo pasa. Arrebatarnos actos y movimientos es para unos sólo una excepción, pero para otros, que acaban, es la más triste despedida, pues sus últimos momentos son los del encierro y el aislamiento. Tomar la decisión que más conviene no es fácil, ni su acierto es realmente claro. Cada cual va a sufrir las consecuencias de lo no vivido, unos perdiéndose episodios que nunca volverán y otros despidiéndose para siempre sin vivir en su final la plenitud deseada y merecida.

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