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La Tribuna

El reducto de Tabacalera

El Museo Ruso ha entendido perfectamente el objetivo de la extensión de la cultura más allá del reducto 'oficial' del Centro Histórico

Salvador Moreno Peralta

Arquitecto

Miércoles, 5 de marzo 2025, 00:01

Ha pasado el suficiente tiempo desde que Málaga decidió reinventarse a sí misma saliendo de su ostracismo provinciano como para poder hacer ya un balance ... del resultado. En todo ese tiempo hemos asistido a algunas asombrosas transformaciones de la ciudad mediante la valoración de sus recursos dormidos, pero también a los efectos perturbadores de algunos de sus excesos, sobradamente conocidos.

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Si abstrayéndonos un momento de estos efectos tuviéramos que destacar lo más determinante de estos cambios intensos, escogería sin duda alguna la creación de los nuevos museos. Creo que es ahí donde está la mayor apuesta de la acción pública en el campo de la Cultura, el que a la larga más repercusión ha tenido por su capacidad transformadora y, por qué no, por su beneficiosa proyección mediática. Por lo pronto estos lugares, como contenedores del Arte, son ya, en sí mismos, también obras de Arte que han enriquecido el patrimonio edificado de la ciudad. Los arquitectos Cámara y Martín Delgado en el Picasso, Rafael Roldán en el Thyssen, Pérez de La Fuente y Marín Malavé en el Pompidou, García Tapia, Pardo Calvo y Pérez Mora en el Bellas Artes, y Francisco Eguilior en el Museo Ruso han firmado ahí lo mejor de nuestra reciente arquitectura, sin necesidad de echar mano al aldeano recurso del arquitecto internacional de «reconocido prestigio». De estos museos cabe destacar la colección del grandioso Museo Ruso de San Petesburgo, que fue una apuesta del alcalde muy personal y comprometida, pues venía a hacer olvidar aquel confuso asunto del museo de Las Gemas. Ese riesgo fue disipado por la extraordinaria calidad de sus exposiciones, lo que no evita que ahora, al cumplirse el décimo aniversario de su implantación, asomen ciertos nubarrones por su horizonte.

Situado en ese espacio de serenidad deslumbrante que es el 'campus' de la antigua Tabacalera, este precioso museo ha albergado una intensa y variada actividad didáctica y divulgativa con exposiciones anuales de verdadero nivel mundial, acompañadas por coloquios, conferencias, seminarios, talleres, conciertos, proyecciones cinematográficas, danza, performances y una cuidadosa labor editorial, como puede disfrutarse en su tentadora tienda.Y niños, siempre se ven niños allí, jugando entre artefactos insinuantes, construyendo un imaginario de fábula con las formas primordiales y optimistas de las vanguardias (ahí es nada jugar entre Malevich, Gabo, Tatlin, Goncharova, o El Lissitzky). El tributo a la calidad que el Museo se comprometió a rendir –acorde con el prestigio de uno de los más importantes museos del mundo– se aprecia no sólo en el extraordinario nivel de su programación, sino en la propia estructura interna de funcionamiento, con un personal técnico propio, formado en el museo y entregado a él con una conciencia casi sagrada de su misión. Resulta emocionante ver cómo, con sus actividades complementarias fundidas con el entorno, el museo ha entendido perfectamente el objetivo de su propio emplazamiento periférico, es decir, contribuir a la extensión de la cultura más allá del reducto 'oficial' del Centro Histórico. El Museo resulta así una pieza clave, no sólo en la política cultural del municipio, sino en la urbanística, contribuyendo al deseable objetivo de conseguir una ciudad sin discriminaciones, equilibrada en sus equipamientos públicos y por tanto, democrática.

A nuestro juicio, el factor distintivo, su singularidad, está en lo que para una parte del gran público a buen seguro será un descubrimiento: la grandeza del arte ruso, no siempre bien conocido por ese halo de misterio que ha envuelto el alma profunda e inaprensible de ese inmenso país. Pero sobre todo muchos descubrirán el enorme protagonismo que tuvo Rusia en la conformación de las vanguardias durante el primer tercio del siglo pasado del cual todo el arte posterior ha sido heredero. La Rusia inmensa, la imperial, la revolucionaria, la de los soviets, la euroasiática mestiza y orgullosa, es un manantial inagotable de riqueza artística junto a la Francia postrevolucionaria, con París como centro del mundo. A principios de siglo existía un verdadero puente artístico ferroviario entre Moscú/San Petesburgo y París, con parada en Munich, Berlín o Viena. En ese recorrido pendular está concentrado lo más influyente del arte del siglo XX, origen e inspiración de todas las corrientes artísticas posteriores, como queda de manifiesto en la impresionante exposición que aún se exhibe hasta finales de marzo: 'Utopía y Vanguardia: arte ruso en la colección Costakis'.

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Corren tiempos muy oscuros en los que la amenaza global, que ya no es ciencia ficción, tiene el rostro de autócratas con poderes que nunca pudimos imaginar. Con la implicación rusa en la guerra de Ucrania voces hay que piden cancelar este Museo como ya se hiciera con la soprano Ana Netrebko o el director de orquesta Valery Gergiev. Respetamos esta opinión, pero recordemos también que, durante el franquismo, ningún país democrático del mundo canceló a un artista español por venir de un régimen dictatorial. El Museo Ruso junto al Polo Digital, vecinos ambos en el maravilloso oasis de La Tabacalera, es de esos lugares en los que sube la temperatura cívica de la ciudad con el calor de su prestigio. Protejamos pues, el Museo Ruso, porque si bien es cierto que el arte no puede ser ajeno a la realidad de la que emana, también resulta ser el último reducto de esperanza y dignidad cuando todo se ha envilecido.

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